La noticia corría como la pólvora entre los diferentes grupos y perfiles de las redes sociales: una madre de Pontevedra condenada a diez meses de prisión por dar dos bofetadas a su hijo. Además, la sentencia añadía que durante seis meses la mujer no podrá acercarse al niño de apenas diez años por haber incurrido en un delito de violencia doméstica.

¿Educar con violencia o perder los papeles? Como muchos, yo también he salido corriendo por el pasillo de mi casa mientras mi madre me perseguía con una zapatilla. O me han llevado castigada a mi cuarto colgando de una oreja. No vamos a negar la evidencia, no dejan de ser actos violentos que pretenden educar con la fuerza (y lógicamente en la ley del más fuerte no gana una niña de ocho años).

Pero también fui consciente de qué era lo que había hecho mal y que había sobrepasado la línea del diálogo. En otras palabras, que mi trastada había llegado demasiado lejos.

Ya como adulta nunca valoré el pegar un cachete en el culo a mis hijos, o darles un bofetón por desobedecerme. Adoro a mis padres sobre todas las cosas pero también tuve claro que la educación a través del dolor no iría conmigo. Veía esos métodos retrógrados y anticuados. Respeto a los padres sí, pero con palabras.

Lo que sucede es que ahora mismo crío a una pequeña de casi tres años, que a veces decide escucharme y otras tantas se hace la sorda con un poderío pasmoso. El mero hecho de que agarre mi mano para cruzar un paso de peatones da lugar en ocasiones a una discusión terrible. Yo la sostengo como puedo mientras ella grita e intenta morderme para zafarse.

O simplemente el vestirla cada mañana. Le explicas, le dices, la dejas elegir el modelito que ella quiera para que así sienta ganas de arreglarse… pero los métodos ya los conoce todos y su reacción siempre es negarse en rotundo y montar un circo en la habitación.

Con el horario pegado al culo intento dialogar, lo juro por lo más grande, pero ¿cómo dialogas con una niña pequeña que grita sin parar y solo quiere dar patadas al aire y pellizcarte? La solución para mí no es la violencia, pero sí utilizar mi posición de ventaja en la fuerza y conseguir así poder salir de casa a tiempo. Ojalá cada mañana fuese un remanso de calma en nuestra casa, lo imploro pero a mí jamás se me escucha.

He leído artículos, opiniones, estudios… todos relativos a este tema y todavía no he conseguido sacar en claro cómo hay personas que han podido educar en la calma absoluta sin perder ni un poco los papeles. Imagino que además el carácter del niño también tiene que influir en todo esto, y aunque mi hija no es el ser más complicado del planeta, digamos que no se queda en mala posición.

¿Estoy justificando la violencia en la educación? En absoluto. Yo no voy a responder con los clásicos ‘pues a mí me pegaron cuando me lo merecí y estoy perfectamente‘ o ‘es que una bofetada a tiempo, educa‘. Pero sí que me encuentro en una tesitura complicada ya que puedo llegar a comprender a cualquier padre o madre que en su momento de un azote a un hijo.

Por supuesto que un menor es persona al igual que cualquier adulto, y si que nos peguen a nosotros es un delito grave tipificado a ver por qué ellos no van a estar amparados por la ley. El otro día hablaba sobre este tema con un compañero y tras presentarle esta premisa su respuesta fue ‘ya, pero los niños hay ocasiones en las que no razonan‘. Puede estar ahí la diferencia, claro, ¿pero hasta que punto ese no razonamiento nos da derecho a nosotros a levantar la zapatilla?

El caso de la noticia habla de desobediencia, un niño de diez años no es que no razone, sino que directamente se encara a su madre y entran en una discusión que ella termina con dos bofetones. Aquí la justicia habla de que no hubo un ‘derecho de corrección’, es decir, que la mujer levantó la mano al menor sin motivo mayor que el de hacerle daño.

Personalmente tengo sentimientos muy encontrados con todo lo relativo a este tema. En la teoría acepto y subrayo que con cachetadas y tirones de oreja no llegamos a ninguna parte, y que nuestros hijos entenderán que con fuerza se consiguen los objetivos. Pero la práctica es mucho más complicada que todo eso. Sufrir berrinches cada vez que sales a la calle, o ver que tu hija intenta pegarte un mordisco porque no le has comprado el juguete que quería son a veces situaciones que ni con palabras y todo el diálogo del mundo se superan.

¿Es que no sabemos educar de otro modo o francamente hay otros métodos que todavía no hemos descubierto? Desde aquí envío un SOS a todo aquel que tenga la respuesta. La espero como agua de mayo.

Mi Instagram: @albadelimon