He de confesar que esta la tercera vez que intento escribir esto. Quizá lo mejor haya sido esperar y así poder contar cómo terminó todo. Esta es la historia de cómo aprendí a quererme (un poco más), de cómo dejé de hurgar en la herida física y mental que tenía y de cómo me convertí en mi propia prioridad. Sé que no os suena raro esto de aprender a quererse a uno mismo, pero qué me decís de vuestra pareja , ¿os quiere tal y como sois?

Es una pregunta que no es tan fácil de responder, porque ¿hasta qué punto estamos seguros de nuestra respuesta?

He vivido toda mi vida (tengo 22 años, soy una inexperta de la vida) enfrascada en la idea de que primero me tenían que querer y luego ya mi mente, que es muy sabia, rellenaba el hueco que faltaba porque ya sabéis, al cerebro no le gustan los vacíos y lo rellena todo a su gusto. Pues este es mi caso. ERROR 404. Mi cerebro sintió algo parecido al cariño, vio que alguien me hacía caso y mi corazón se dejó llevar.

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Desde muy pequeña descubrí la conjugación del verbo adelgazar en todos sus tiempos verbales: tú adelgazas, tú adelgazabas, tú adelgazaste, tú adelgazarás, tú y tú y tú (y solamente tú). No podía creer que todo eso era parte del pasado, ya que todo era magnífico y maravilloso, hasta tal punto que me olvidé de mis complejos, de tallas, de las mierdas que hasta entonces acosaban mi cabeza. ME SENTÍ COMPLETA y perfecta. Pero llegó un día en el que los astros se alinearon y descubrí el pastel. Descubrí el modo imperativo afirmativo: ADELGAZA TÚ.

Esa persona con la que llevas 4 años te dice por primera vez que no te vendría nada mal adelgazar para “estar más guapa”. Esa frase luego se convirtió en “es por tu salud, yo te veo siempre guapa”, pasando por “ya no te veo atractiva” o “en la cama ya no me pones como antes” para culminar en un apoteósico “hay días que me das asco”. (Cabe decir que peso 71 kilos y mido 1,57 cm, no era por salud porque estoy saludablemente gorda).

Y os preguntaréis qué hacía con semejante persona. No lo sé ni yo, porque estaba ciega, la cueva de Platón que se había instaurado en mi cabeza y no me dejaba ver con claridad el daño que me estaba haciendo, perdón, el daño que estaba permitiendo que me hicieran. Había días que me despertaba llorando, gritando, con un dolor de pecho horrible, convencida de la idea que me habían instaurado: “ESTÁS GORDA Y TIENES QUE REMEDIARLO”. Lo peor de todo esto es que me lo creí y dejé que me afectara.

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¿Sabéis lo que es quedar con la persona a la que “amas” para tomar un café y que te quite al azúcar?, ¿o que quedéis para cenar y te pida él la cena?, ¿o que te obligue a mandarle fotos de tus comidas?, ¿o que te obligue a pesarte delante de él todos y cada uno de los días para ver cuántos gramos has perdido o ganado? Yo si lo sé. Y no puedo evitar derrumbarme al recordarlo, porque sigo sin entender cómo lo permití. Eso no es amor, eso no es amar.

Todo esto derivó en un maravilloso día (hoy lo llamo maravilloso, pero en su día me vi morir), el día que esa horrible persona me dejó. Me dejó de la manera más cruel que conozco. No entraré en detalles pero todavía doy gracias a Dios, a Buda, al universo porque eso sucediera, porque yo no fui capaz de dejar esa relación tan tóxica. Es más, si me lees, GRACIAS, porque gracias a ti he aprendido (por las malas) a quererme yo primero y quien quiera venir detrás que venga.

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Y si algo tengo claro es que: TU PAREJA TE TIENE QUE COMPLEMENTAR NO COMPLETAR. Yo soy mi prioridad, yo decido cómo estoy más guapa y sobre todo, yo decido en qué tiempo conjugo el verbo que más odio, el verbo adelgazar.

Sandra Regidor Ramos.