Me presento. Mi nombre es Raquel y soy gorda. Desde pequeñita. No sé si desde que nací, pero sí desde que tengo uso de razón. Siempre he sido la niña graciosa con sus «quilos de más». Y como siempre he crecido así, pues he aprendido a sobrellevar mis quilos de más con alegría. Sí, de verdad, me miro al espejo y me gusto (aunque a muchos y muchas les explote la cabeza cuando me oyen decirlo).

Oigan, con mi talla 46 soy muy feliz, me considero bastante sexy («oh, Dios, ¡encierren a esa gorda loca, que se gusta, dice!») y el hecho es que en los últimos meses me lo han confirmado bastantes hombres (no me entendáis mal, no es que necesite la aprobación masculina para saber que soy sexy, pero cuando no sólo te lo dices tú sino que te lo dicen otros se te queda más claramente fijado en el subconsciente).

El caso es que hace un poco más de un año me divorcié. Por razones que no vienen al caso, decidí que ya no quería estar con él y decidimos separarnos. Con un crío pequeño de por medio y los «ay-Dios-mío-cómo-se-lo-tomará-la-familia». Pero todo bien. La cuestión es que desde entonces aquí mi cuerpo serrano y yo decidimos abandonarnos a los placeres de la carne, literalmente.

He estado con unos cuantos hombres (y con una mujer, que hay que probarlo todo que decía mi abuela, y así estamos… xD) y he descubierto todo mi potencial sexual. Una barbaridad. Es cierto aquello de que cuanto más tienes, más quieres. A pesar de (o gracias a, quién sabe) mis quilos de más, he ligado y follado en estos meses más que todas mis amigas juntas en los últimos años.

Pero, queridas, un buen día empecé a verme más seriamente con un chico. Un chico fantástico y maravilloso con el que ya veremos dónde vamos, pero que parece que la cosa va en serio. ¿Y qué pasó?, os estaréis preguntando. Pues pasó que, de repente, me encontré cara a cara con todas mis inseguridades. Me di cuenta un día que me estaba mirando al espejo antes de una cita con él (no era la primera, ya habíamos tenido varios encuentros) y me dije a mi misma: «tengo que adelgazar unos cuantos quilos, por él, para agradecerle que me desee».

Perdón?!?!?!?! ¿De dónde mierda había salido esa frase? Me miré horrorizada a mí misma, y me reñí internamente (y me dije en voz alto «eres gilipollas»). De verdad que aluciné. En todos los polvos que había echado recientemente ni se me había pasado por la cabeza preocuparme por mi físico. ¿Qué estaba pasando?

Qué horror sentir que adelgazar es hacerle un regalo a alguien. Qué horror pensar que él va a estar mejor conmigo porque yo pese menos. Qué horror sentir que «para un rato, vale, para un polvo sin compromiso da igual, pero si hay que tener algo serio hay que encajar«.

Luego vinieron otras inseguridades: «¿le dará vergüenza presentarme a sus amigos? Con lo bueno que él está, le dirán que qué hace conmigo». Cuando apareció esa frase en mi cabeza, también me reñí. Pero ese día tenía bajón y lloré un poco. Compadeciéndome de mi y de mis quilos de más como había hecho tantas veces en la adolescencia.

Y todo culminó un día que estábamos en la cama. Abandonados por completo al placer… él me estaba haciendo sexo oral y se me ocurrió mirar hacia abajo. ¿Qué vi? Mi tremenda barriga y, detrás, sus ojillos llenos de deseo y lujuria. Pero mi barriga ahí. Me quedé fría de repente. Él lo notó, claro. Me preguntó qué me pasaba. Primero no se lo quise explicar, me sentía tan idiota, tan infantil y tan dolida conmigo misma… pero él me abrazó y me dijo que no me preocupara, que si quería podía explicárselo, y si no, pues nada.

Se lo expliqué. Y me dijo «Estás muy buena, me encantan tus curvas, de verdad no tienes que preocuparte por eso, me encantas toda tú».

Lloré como una cría abrazada a él. De amor profundo hacia esas palabras, pero sobre todo de rabia contra el mundo. De rabia contra una sociedad que nos hace pensar que las personas gordas somos de segunda, que nuestros quilos están por delante de todo lo demás, que sólo se nos valora por lo que pesamos o medimos y de necesitar a veces que nos verifiquen desde fuera lo que ya deberíamos saber: que somos lo puto más.

Anónimo

 

Quizás Mariah no es el mejor ejemplo para ilustrar este post, pero oye, que nos hemos acordado de ella y aquí está.