Cuando yo entré en el maravilloso mundo de las relaciones sexuales el sexo telefónico estaba de moda, como ahora puede estarlo eso que yo llamo «hacer el amor por wasap». Algunos lo practican, otros no, a algunos les gusta mucho, a otros nada de nada, a algunos les da reparo, otros lo condenan como la obscenidad mayor del universo, pero más o menos todos sabemos que existe. Supongo (y prácticamente sé, gracias a las noticias, encuestas o reportajes que de vez en cuando se hacen sobre este tema) que,  del mismo modo que a mí me ocurrió con el sexo telefónico, hoy en día muchos adolescentes se lanzan a hacer el amor por wasap por pura curiosidad, que mezclada con el morbo y con la barrera psicológica que ya supone tener relalciones sexuales reales (o, mejor dicho, clásicas), puede llegar a convertir esa diversión en una costumbre e incluso en una adicción.

Echando la vista atrás tampoco considero que la joven Perradesatan estuviera enganchada al sexo telefónico, pero sí sé que era algo que le gustaba. Por muchas razones. Pero una de ellas era bastante obvia: porque por teléfono nadie veía que estaba gorda. Ahora que vivimos en el tiempo de «si no hay foto, no existe» estar gorda es un impedimento a la hora de realizar este tipo de prácticas. A veces el impedimento viene por una misma, por vergüenza a que vean nuestras lorzas o porque creamos que no vamos a resultar sexys a la persona que está al otro lado, y otras veces el impedimento sigue siendo el de toda la vida: las gordas gustan menos, o son una auténtica fobia, como demostró ese famoso estudio que decía que las mujeres en internet tienen miedo de conocer a un asesino mientras que los hombres tenían miedo a conocer a una gorda.

La cosa es que para mí, el sexo telefónico, era algo bastante fácil, divertido y, ¡qué demonios!, se me daba bien. Mi metodología era la siguiente: entraba bastante a chats de todo tipo (también a chats de sexo, claro, pero no exclusivamente), con el paso del tiempo, solía conocer a gente interesante (tan interesante que hoy en día, diez años después, sigo manteniendo el contacto con algunos), a la que agregaba al Msn para seguir hablando. Y podía pasar que nos gustásemos, o que se diera alguna conversación un poco subida de tono, y se dejaba caer eso de hacer sexo por teléfono.

telefono1

Evidentemente, la primera vez que lo hice, fue porque me lo propusieron. A mí no se me había ocurrido, fíjate lo que es la vida, pero un día, uno de esos chicos con los que solía tener conversaciones algo guarrillas me lo propuso, y aunque me lo tuve que pensar muy mucho por aquello de que dar mi teléfono a un desconocido podía arruinar mi vida para siempre porque vete tú a saber qué pensaría yo que podría saber si alguien tenía esa información, finalmente lo probé.

Las primeras veces no creo que fueran muy interesantes. Si os soy sincera, prácticamente no las recuerdo. Se basaban más en oír cómo se masturbaba la otra persona que en tener una conversación, pero como a andar se aprende andando, a hacer sexo telefónico también se aprende, en el fondo, a base de práctica, y creo que yo practiqué tanto que llegué a cogerle realmente el puntillo.

Eso sí, de todo se aburre uno. Y al final, el sexo telefónico también me acabó aburriendo. Quizás porque abusé de él, quizás porque no tardó demasiado en aparecer la moda de la cam, quizás porque para que una relación sexual telefónica sea un éxito las dos partes tienen que ser igual de buenas. Aunque yo creo que la razón de que el sexo telefónico dejara de gustarme es que cada vez más gente lo usaba como mero puente para llegar a una relación sexual en persona.

teléfono2

Por supuesto que creo que las relaciones sexuales clásicas son las mejores, pero eso no las hace incompatibles con otro tipo de prácticas. Si masturbarse no es mejor ni peor que follar, simplemente es diferente, el sexo telefónico o hacer el amor por wasap no creo que sea mejor ni peor que follar, también es algo completamente diferente.

Para mí, la gracia del sexo telefónico era justamente el poder «practicar sexo» con alguien que no conocías. Tu imaginación era totalmente libre. Podías imaginarte al hombre que estaba al otro lado como tú quisieras, y guiada por sus palabras, podías tener una experiencia sexual totalmente diferente de la masturbación en solitario, donde tu imaginación también es libre pero no te va a dar ninguna sorpresa, puesto que solo manejas tú la historia que te estés montado. En el sexo telefónico confluían dos imaginaciones, dos mentes guarrillas, que si sabían entenderse, podían dar lugar a ratos realmente divertidos.

sex phone

Pero ahora solo queremos ver, ver, ver y ya no hay hueco para la imaginación en nuestras relaciones. Exigimos una foto cuanto antes para saber con quién estamos hablando por Internet, pedimos fotos de su cara, de su cuerpo, de sus tetas, para tener muy claro qué es lo que hay al otro lado. Y eso si es que hay alguien al otro lado, que si estamos simplemente nosotros y no tenemos a quién pedirle fotografías, tendremos que recurrir al porno. Cualquier cosa con tal de no quedarnos a solas con nosotros mismos y dar rienda suelta a todas nuestras fantasías.

Y por todo esto últimamente me he dado cuenta de que echo de menos el sexo telefónico, que no sé adónde se ha ido porque a mucha gente ya le suena a chino, que me gustaría volver a practicarlo, pero creo que me voy a tener que aguantar, porque para practicarlo hacen falta dos y creo que me va a resultar bastante difícil encontrar un follarporteléfono-amigo que piense del mismo modo que yo.