Siempre intento dormirme feliz (muy Mr. Wonderful, lo sé). Tengo la teoría de que si te acuestas con malas vibraciones, enfado y tristeza, te despiertas en la más absoluta mierda. Por eso desde hace unos meses a la hora de dormir me pongo a pensar en las cosas maravillosas que tengo en la vida, como mi familia, mi trabajo o la tarta de queso, y me quedo roquefort con una sonrisa de oreja a oreja. Ayer no fue así, me acosté hasta el coñísimo y me he despertado peor aun confirmando mi hipótesis.

Para que entendáis mi cabreo empezaré por el principio. Pedro (nombre ficticio para proteger su intimidad) es un buen amigo que conocí cuando me mudé a Madrid. Casualidades de la vida, los dos éramos de la misma ciudad de Galicia, así que pronto intimamos y nos hicimos uña y carne. Antes de que os penséis cosas raras, esto no es una historia de amoríos; Pedro es gay y yo tengo novio desde hace ocho años.

Pasaron los meses de buen rollo y cuando llegó el calorcito a Madrid me empecé a dar cuenta de ciertos detalles de Pedro que no me gustaban ni un pelo. A veces le escribía y se pasaba días sin contestarme o le proponía quedar y me ignoraba completamente. Como yo tengo una edad y no me apetece aguantar gilipolleces de nadie, deje de insistir tras sufrir unos cuantos desplantes. Cuál fue mi sorpresa cuando en Septiembre volvió a hablarme.

“Bueno, igual ha pasado una mala racha… No sé. A lo mejor exageré todo un poco. ¿Hice algo mal? ¿Pudo enfadarse conmigo? Hay personas más despegadas y no debería tomarlo como algo personal”, pensé yo.

Le pregunté que qué tal le había ido el verano con la intención de descubrir su ausencia repentina, pero no me dio muchos detalles. Había estado trabajando como siempre, haciendo su misma rutina de siempre y subiendo las mismas fotos a Instagram de siempre. Como yo tenía la mosca detrás de la oreja, no me anduve con rodeos y le pregunté si se había enfadado conmigo por algo. Se sorprendió muchísimo y me dijo que para nada, que por qué pensaba eso. Como le vi tan convencido, deje correr la situación. Poco a poco retomamos la amistad y todo volvió a ser como antes.

Julio de 2017. El muchacho vuelve a estar distante. Poco a poco empieza a pasar de mí. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué coño le pasa a Pedro? Preguntas irresolubles que sólo los científicos del futuro lograrán responder.

Total, que le pregunto si le pasa algo y nada. No responde. A la semana me suelta “todo bien, es que estoy un poco liado”.

Con todo el cabreo del mundo le mandé mentalmente a la mierda y seguí con mi vida, porque no me apetecía perder el tiempo con una persona que suda de mí.

Pues como os estaréis imaginando, llegó septiembre y Pedro volvió a mi vida. ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Esto es el Día de la Marmota?

Flipada de la vida le digo que de qué va, que por qué pasa de mí durante todo el verano pero vuelve en septiembre, que si se cree el anuncio de la vuelta al cole de El Corte Inglés. Me pide perdón, me dice que ha estado liado y que siente mucho no haberme dado explicaciones y yo, que soy un poco pánfila, paso página y no se lo tengo en cuenta. Pasan los días y nuestra amistad vuelve a su cauce. Todos tan felices y contentos.

Pues como el ciclo sin fin que lo envuelve todo de El Rey León, ha llegado julio y Pedro pasa de mi culo como de oler mierda. A la tercera va la vencida, así que ya de todas todas decidí mandarle a la mierda. Tras cuatro semanas de “te apetece una cerve?” sin respuesta, “peli en mi casa?” ignorados y “necesito hablar” con doble  check azul, ayer me harté.

¿A alguien más le ha pasado? ¿Por qué estos amigos boomerang desaparecen en verano y vuelven en invierno? ¿Son como los pájaros y sus rutas migratorias? ¿Tiene un negocio ilegal de drogas en la trastienda de un chiringuito? Demasiadas preguntas y muy poca cerveza.