Una amiga me contó hace poco una teoría que tenía para cada vez que se sentía atascada y que nunca le fallaba. Decía que pensaba en ella misma como un barco y todo aquello que no tenía solución como anclas que la retenían en un mismo sitio, sin permitirle cambiar de rumbo ni avanzar. Entonces, se imaginaba como iba levando una por una esas anclas, prestando atención a cada una por separado y parándose a observarlas bien. Por último, las guardaba en un lugar poco visible. Uno apartado, para que ya no influyesen en el movimiento del barco, pero también uno que estuviese cerca, para no olvidar nunca que esas anclas existieron.

Esta filosofía tan peculiar me dio tanto que pensar que decidí hacer mi propia lista de anclas personales, porque mi amiga también me dijo que el primer paso para desvarar el barco era saber cuántas anclas tenía el mío y dónde estaba cada una. Y este fue el resultado:

Anclas que me han inmovilizado demasiado tiempo:

El ancla del error del pasado. Sí, estoy hablando de ese error del pasado. Ese en el que piensas por las noches tumbada en la cama bocarriba mirando el techo, pero encogida y con las sábanas hasta la nariz porque recordarlo todavía te incomoda muchísimo. Hablo de ese error que has idealizado tanto que te has llegado a convencer a ti misma de que de no haberlo cometido ahora serías la persona más feliz y exitosa del mundo. Y, al mismo tiempo, del error que has magnificado tanto que lo has convertido en algo imposible de perdonar (te). Es un error al que has decidido achacar todo lo que ahora no te gusta de tu vida, como si ya no se pudiese hacer  nada. Como si en ese momento en que tomaste un camino y no otro, no contestaste a tiempo a un e-mail o decidiste que dos oportunidades eran suficientes y no habría una tercera, las cartas de toda la partida se hubiesen repartido, y encima a ti te hubiesen tocado las peores. Una vez leí una frase que decía: “En este mismo momento puedes raparte la cabeza, llamar a esa persona que no sabes ni por qué sigue en tu vida y mandarla a la mierda, mudarte, viajar, hacer amigos nuevos… Podrías hacerlo en este mismo momento.” Más allá de la posibilidad real que tengamos de, por ejemplo, mudarnos a otra ciudad o viajar, creo que se entiende a dónde quiere ir la frase. Y es que en este mismo momento tienes el poder de elegir lo que te hace feliz y hacerlo. Ya sea algo pequeño o grande. Lo importante es que lo elijas y empieces a hacerlo. Y sobre todo que dejes de justificar tu insatisfacción actual con la vida por un error que cometiste hace siglos, porque cada día hay oportunidades nuevas de empezar otra vez.

El ancla del comentario desafortunado. Quizás esta ancla la echaste hace tanto tiempo que ni te acuerdas que está ahí. Puede que cayese al agua en el colegio, cuando tu compañera de pupitre te dijo que dibujabas fatal, o en el instituto, cuando el profesor de gimnasia te hizo sentir una inútil por no ser capaz de hacer veinte abdominales seguidos (Dios, cuántas anclas habrán creado los profesores de educación física). Fuese cuando fuese, es hora de soltarla, porque los comentarios de los demás no pueden marcar lo que eres o no capaz de hacer. Tus limitaciones las irás descubriendo cuando tu barco empiece a navegar, pero tranquila, porque con ellas también descubrirás las formas de superarlas… O igual de aceptarlas de una vez por todas y darte cuenta de que no se acaba el mundo por no ser la mujer maravilla (y que la vida, por suerte, no es una clase de educación física).

El ancla del “No soy suficiente”. No soy suficientemente lista, guapa, delgada, válida, competente, interesante, creativa, buena escritora. No soy suficiente y me lo voy a decir ya, antes de que me lo digan los demás. De hecho, mejor me quedo aquí, en este rinconcito donde nadie pueda verme, porque de todas formas nunca estaré lo suficientemente preparada para salir a pelear por lo que quiero. Mejor renuncio antes de intentarlo, porque no soy suficiente. Pero hoy no. Hoy voy a reemplazar todos esos noes que yo misma me he dicho por síes y a guardar todas esas auto-limitaciones en el cajón de las anclas (porque eso es lo único que son, aunque haya días malos que nos convenzamos de lo contrario).

El ancla de la persona que no te quiso. Vale, esta es difícil. Allá voy: Cuando eras pequeña tus padres te decían que eras especial y perfecta y todo iba bien. Pero un día empezaste a crecer y en algún momento de ese período de tu vida apareció una persona que para ti era muy especial e importante y te dijo algo como: “Eres muy maja y eso pero…Como amigos.” Y esto te cayó como un jarro de agua fría porque la persona que considerabas tan especial no creía que tú también lo fueses. O igual sí, pero no lo suficiente. Lo suficiente especial como para quedarte en “maja” y ya está. Y en ese momento te dio igual para cuántas personas sí fueses especial y válida, porque si para esta persona a la que habías colocado en un pedestal altísimo no lo eras ya estaba todo dicho.

El rechazo es un asco y sentirlo muy doloroso, pero se pasa un poco cuando dejas de revolcarte en la mierda auto-compasión y entiendes que ni tú tienes la culpa de que alguien no te quiera ni la otra persona  es  culpable de no corresponder a tus sentimientos porque sencillamente el amor no funciona así. Y podría decirte que un día llegará una persona que te quiera de verdad y que vea lo especial que eres, pero es que no hace falta que llegue ese día, porque no debería hacer falta que viniese alguien a reafirmarte y a validar lo que eres como persona. De hecho, solo hay una persona cuya opinión sobre ti misma te debería importar. E igual es una voz que todavía no consigues oír, porque aún te quedan anclas importantes que levar, pero un día te quedarás en silencio, prestarás mucha atención y escucharás cómo te dice que eres válida, perfecta y suficiente… Y te darás cuenta de que esa voz es la tuya.

El ancla de la comodidad: También conocida como el ancla del miedo. Es la última que queda. El barco parece que está empezando a moverse, pero es solo una ilusión. En realidad sigue varado en el puerto, porque hasta que no levemos el ancla de la comodidad nunca podremos movernos. El gran problema de este ancla es que hay veces que ni siquiera queremos retirarla. Hay veces que hemos pasado tanto tiempo siendo nuestro peor enemigo, que cuando por fin conseguimos abrir la jaula, no queremos salir de ella. Como si hubiésemos desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo hacia nosotros mismos, nos convencemos diciéndonos cosas como: «Bueno, aquí tampoco se está tan mal. Además, ¡quién sabe lo que me esperará ahí fuera si me atrevo a zarpar! Igual me rechazan, igual me rompen el corazón, igual compruebo que no soy tan bueno como pensaba, igual sufro…  Sí. Decidido. Mejor me quedo donde estoy, que por algo decían aquello de «más vale malo conocido que bueno por conocer» ¿no?» Pues no. Y además ni siquiera he entendido nunca ese refrán.

Hay que atreverse a abandonar todo puerto seguro. Aunque sea poco a poco, sacando primero un pie y luego el otro, hasta que un día nos atrevamos a tirarnos de cabeza al agua. Y sí, podemos encontrarnos mil tormentas y nuestro barco puede quedar destrozado. Igual incluso naufragamos y tenemos que pasar una temporada en soledad reparándolo  para poder volver a navegar. Pero vale la pena, porque ya lo dice el refrán: «Ningún mar en calma hizo experto al marinero» (y este si que he conseguido entenderlo).

Ilustración de Jopi
Ilustración de Jopi