Aprovechando que el otro día una buena amiga me recomendó la película Sexo fácil, películas tristes (Alejo Flah, 2015) acompañado de la advertencia textual “Andrea, es un drama”, hoy os vengo a contar por qué Madame Bovary de Gustave Flaubert es mi libro favorito, por qué no creo en los romances idealizados y por qué prefiero ser una mujer de altos vuelos que una señorita recatada amarrada al brazo de su chico por los siglos de los siglos, amén.
Al fin y al cabo, estos dramas juveniles son un coñazo; los primeros seis meses todo va como la seda, pruebas posturas raras en la cama, hacéis planes del tipo “cine y mantita en casa”, “nos vamos de cenita por ahí”, “fotito al Instagram de cuánto nos queremos” y, como no, “en veranito a la playita”. A mí, sinceramente, me da pereza todo esto. Y más cuando pasado el año y medio empiezan las peleas hasta porque “la vecina se ha cambiado el bikini y le has mirado de reojo”, o de “no subas esa foto que pareces una guarra y yo no quiero a una guarra como novia”, toma que toma. Que evidentemente, la opinión ajena va a misa y el “qué dirán” está a la cabeza de la lista de principios de cualquier ser humano corriente y moliente. Pista: NO.
Vivo henchida de oscuros apetitos, de rabia y de desprecio –a veces- y ya os digo que a la gente le horroriza que las mujeres busquen un placer hedonista y los hombres temen a las mujeres de altos vuelos y con altos vuelos estoy queriendo hablar de una mujer que sabe lo que quiere, que se acuesta con quien quiere porque para qué vas a estar amargándote la existencia pudiendo repartir serotonina allá por donde pises o pases o corras o vueles. Una mujer que sabe quién es, porque quien sabe lo que vale consigue lo que se merece; una mujer que se mueve por lo que quiere y no por lo que otros estipulan que debe querer porque esta sociedad nuestra tan moderna, progresista y renovada todavía cree que todo es mejor si tienes pareja y, en este caso para las mujeres, que sea hombre porque si no “que lo llamen como quieran pero que no lo llamen matrimonio” –semejante barbaridad- y si estás soltera, tracatrá, o fea o puta; estás sola porque quién va a querer a una tía que se ha acostado con un mínimo de veinte hombres, pues nadie, claro que sí, darling.
Lo peor de todo es que quienes más potencian este pensamiento somos las mujeres al grito de “Uy, mira esa qué puta, que se ha acostado con este, ese y aquel” o “Tía, mira esa otra que se está haciendo una foto con un amigo y tiene novio”. PLÁ PLÁ PLÁ. Un aplauso, señoritas, tenéis razón, hacer lo que yo quiera con mi vida es una locura, vestirme y pintarme como quiero un descaro, acostarme con media ciudad un escándalo intolerable y encima sentirme orgullosa por ello, ¡QUÉ DESFACHATEZ!
Dicho esto, creo que las comedias románticas que nos dedicamos a ver cada domingo acompañadas de un kilo de helado/chocolate y demás variantes y la mantita – que no falte ni aunque sea agosto- nos han hecho ver qué bonito es el amor idealizado, escrito bajo la imaginación de un guionista que quiere escuchar lo emocionante que es su guión pero vaya, que en la realidad, maquinamos de otra manera; follamos de otra manera y no con quien vamos a pasar el resto de nuestra existencia, reímos de otra manera, queremos de otra manera y, sobre todo vivimos a nuestra manera. Las más sinceras historias de amor no son como en las películas por eso no creo en los romances idílicos; creo en que si no te quieres enamorar, ninguna princesa Disney te va a clavar un tacón por ello y que a chupar una polla no se aprende leyendo a Danielle Steel, se aprende chupando, como a todo en esta vida.