Año 2017. País del primer mundo, o eso dicen. Mentalidad del siglo XIII.

Hace unos días estuve con unos amigos que me presentaron a otros amigos suyos, y entre cañita y cañita empezamos a hablar. La verdad es que la situación era bastante agradable, y focalicé mi conversación con un chico en especial.

Lo típico, cosas bastante insustanciales al principio, y poco después comenzamos a charlar sobre cada uno de nosotros: A qué nos dedicamos, nuestras aficiones, experiencias, etc.

De repente me di cuenta de que estaba justificándome al hablar de mí, no sé bien por qué, y de que lo estaba haciendo porque este chico parecía no entender mi forma de vivir, de ser y de hablar.

Siempre he sido una tía que ha cogido la vida por los cuernos y que me he dedicado a labrarme una independencia. Me gusta aprender y experimentar, intento ser como una esponja, y al parecer todo esto no encajaba en los cánones de la persona que tenía a mi lado.

Por ejemplo, cuando hablábamos sobre nuestros estudios y a qué nos dedicamos le sorprendió mucho que tuviera tres trabajos diferentes. Bien, eso lo entiendo, pero el motivo de su sorpresa no era que fueran tres, sino qué labor desempeño en cada uno.

Le expliqué que hacía un tiempo había tomado la decisión de intentar ganarme la vida haciendo las cosas que me gustan. Como es complicado tener un trabajo, y que te satisfaga al cien por cien es casi imposible, yo opté por dedicarme a varias cosas, ya que a lo largo de mi vida he ido aprendiendo sobre distintos oficios. Dos de ellos tienen que ver con la música y otro con el maquillaje.

También comenté que en mis ratos libres (cuando los tengo), me gusta escribir y estudiar física. Sí, soy rarita, lo sé. Automáticamente, al hablar sobre esto, abrió los ojos como platos y su comentario fue el siguiente: “El maquillaje está bien para una chica, porque a vosotras os gustan mucho esas cosas. Lo de la física no está mal, pero es un mundo más enfocado a los hombres, igual que la música, que a ver, me parece muy interesante, pero yo no podría estar con una chica que se va de gira, porque a saber la de babosos que hay por ahí”. ESPERA, ¿QUÉ?

Para empezar, ¿por qué me hablas de novias?, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Para seguir, ¿por qué estás decidiendo qué trabajo es para chicas y qué para de chicos?. Con respecto a los babosos, ¿se supone que no soy capaz de hacerme valer por mí sola?. Y para terminar, ¿A mí qué coño me importa lo que opines tú sobre lo que hago YO con mi vida?

Todas estas preguntas me las hago ahora, pero en aquel momento me sentí acorralada y tuve la necesidad de justificar todo esto que me estaba diciendo, pero ¿por qué? Porque aunque estemos en una época en la que se supone que somos libres y en la que la mujer (también se supone) tiene las mismas libertades que un hombre, no es así. Inconscientemente nos vemos obligadas constantemente a justificar nuestras acciones, nuestras palabras, nuestra forma de vestir, nuestra sexualidad, y un largo etc. Sí, nosotras podemos hacer lo que queramos, pero parece que estamos en la obligación de dar cuentas de cada una de las decisiones que tomamos que no entran dentro de la categoría de lo que “está bien para una chica”.

No señores, no. Las mujeres aparte de vagina tenemos cerebro, que por cierto, funciona. Estamos bajo el yugo de la sociedad y siempre ante la mirada de un montón de ojos dispuestos a juzgarnos.

Tengamos el aparato genital que tengamos, todxs estamos capacitados para realizar el mismo tipo de tareas, aunque no todxs tenemos las mismas facilidades para llevarlas a cabo debido a que aún parece que separamos las cosas entre rosa y azul, y cuando alguien se sale de lo establecido ¡PUM! Cortocircuito cerebral.

Después de todo esto, la conversación llegó a su fin con un “inocente” comentario: “A mí me parece muy bien, pero yo es que soy más clásico, y prefiero una mujer de las de antes”.

He de decir que en ningún momento sentí que quisiera atacarme, aunque lo hiciera, pero eso es lo que más me asusta, que estos pensamientos están muy arraigados en mentes jóvenes que se supone que deberían ser acordes con la época en la que estamos y no con el medievo. Lo que me lleva a pensar que en esta época no estamos tan adelantados como nos hacen creer, y que aún nos queda un largo camino por delante que recorrer.

Por mi parte, lo único que tengo que añadir es que yo seguiré viviendo de la forma que me hace feliz, y que este tipo de cosas me permiten filtrar aún más las personas con las que me gusta compartir mi vida.