El primer deseo que recuerdo formular de pequeña al apagar unas velas de cumpleaños fue ‘Por favor, quiero adelgazar’. Siempre he sentido que estaba mal en mi peso. Los mensajes que me trasmitían en mi familia eran que todo iría mejor si mantenía a raya la báscula. En la Comunión la cantinela fue ‘no comas más, que si no, no te valdrá el vestido. A la hora de la comida, si todo el mundo repetía a mí me decían ‘tú no puedes, que a ti no te hace falta’. Cuando mis padres venían a verme a un partido de voleibol me decían las lindeces del tipo ‘eres la más gorda del equipo’. A veces sentía incluso cierta vergüenza en sus caras cuando me presentaban a algún compañero. Y aún recuerdo el trauma mayúsculo al verme después de los primeros meses en la universidad como si me hubiese puesto como una foca.

Y la verdad es que nunca estuve como una foca. Siempre he sido una chica normal. Nunca he sentido rechazo por absolutamente nadie por mi peso, excepto por mi familia más cercana. He ligado como la que más  y he tenido una vida fabulosa.

Escuchando sus perlas, parece que en mi familia sean unos ogros y no lo son en absoluto. Ellos decían que lo hacían por mi bien. Por mi salud. Eran sus consejos para mantenerme sana. Todos en mi familia son delgados y saludables y temían que yo me convirtiera en obesa mórbida.  Está claro que son exigentes y el cuerpo de su hija era una parte más que les gustaría controlar. Porque mis padres son maravillosos, los amo con locura y  me han educado libre e independiente. Pero si ellos han sido capaces de hacerlo tan nefastamente respecto a mi cuerpo ¿qué se puede esperar del resto del mundo?

Afortunadamente, siempre he sido una persona muy segura de mi misma. De haber sido más vulnerable hubiera sido carne de cañón para una anorexia de libro. Pero el escollo del cuerpo, de no ser delgada, de no tener el peso que a ellos  les gustaría, me ha costado años superarlo. Ha sido una  lucha entre nosotros que aún hoy colea, porque no pueden evitar soltarme de vez en cuando que me controle. Que controle el monstruo que llevo dentro.

Y esto está mal. Porque si alguna vez me hubieran visto triste con mi imagen. Si me hubieran visto amargada, sin amigas, sin pareja. Sin salir de casa. Acomplejada con mi cuerpo. Pues lo entiendo. Pero eso no ha sido así jamás. Todo lo contrario. Soy una persona alegre, que se quiere, se respeta y se cuida. Soy responsable y soy feliz. Muy feliz.

Por lo que BASTA ya de consejos. BASTA ya de deberías quitarte unos kilitos. BASTA ya.

Firmado: Infanta Sofía