Querida mirada por encima del hombro.

Querida sonrisa sarcástica que crees que no percibo.

Querido comentario insidioso susurrado con el objetivo de ser oído.

Sé que estáis ahí. No sé por qué, exactamente. No sé si es porque lleváis encima residuos de sociedad y todavía no os habéis dado el baño que os hace falta para dejar de apestar a prejuicio. O quizá sea porque necesitáis mantener esa actitud para sentiros mejor con vosotros mismos. Pertenecéis a gente guapa, admitámoslo. Yo también pienso en ellos cuando los veo pasar. Los que me ignoran me dan la libertad de pensar sobre sus personas lo que yo quiera. Normalmente les creo vidas felices y sin problemas de relación social, por el mero hecho de que tienen una cara atractiva o de que esos vaqueros son un perfect fit. O, simplemente, me quedo obnubilada. Guau. Nunca pensé que podría ver por la calle, llena de gente corriente, una sonrisa tan bonita. Una figura tan esbelta. Unos ojos tan azules. Un pelo tan espeso. Yo veo a esas personas y me digo que ojalá estuviera bien visto detener a los desconocidos en medio de su paseo. Me encantaría saber si son tan guapos por dentro como lo son por fuera.

Pero los hay que me miran a mí y asumen que mi interior está lleno de grasas saturadas, o de algún material que parezca que resbala pero que en realidad, impregna y traspasa. Asumen que, por el hecho de que llevo ropa holgada porque no me entusiasma que se me marquen los michelines, no vale la pena hablar conmigo. Asumen que soy un despojo hinchado.

Como todas las buenas historias, las letras cambian. Como todos los problemas de matemáticas complejos (y absurdamente hermosos), los números varían. Yo soy más que una X y una L en la etiqueta de mis pantalones. Más que un cuatro y un ocho definiendo qué me queda bien y qué no. Puede que a lo largo de mi histora la X desaparezca y la L herede sus bienes a la M. Puede que el cuatro y el ocho se vayan al exilio algún día, no lo sé. Soy yo quien pasa las páginas de mi historia, leyéndolas una y otra vez, pensando en que puedo cambiarlas o dejarlas como están. Porque es mi elección, y porque sé que las tengo. Es una historia buena. Vacía de nada y llena de todo, llena de letras que son más que letras y de números que dan dolor de cabeza, porque para eso están los números. Mirada, sonrisa y comentario, posáis vuestros ojos en mí y no veis más allá de una portada. No os molestáis en leer la primera página. «Uf, no, mejor no. Qué libro tan gordo. Debe de ser un coñazo, una mierda, no merece ni que piense en darle una oportunidad».

Los libros gordos , a veces, tienen más cosas que contar que los panfletos finos.

Autor: Clara I.