Soy una gorda que ha conseguido dejar atrás la mayoría de sus complejos. ¿Cómo lo hice?

Durante años, como si no fuera bastante con mi peso y la circunferencia de mis muslos, cargué con infinidad de complejos a mis espaldas. Complejos adquiridos por gentileza de esta sociedad tan maravillosa y tan gordofóbica.

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Hasta pasé por el infierno de los trastornos alimenticios porque creía que todos mis problemas se acumulaban en el ancho de mis caderas. Un buen día desperté y no sólo literalmente. Abrí los ojos, tras un sueño bastante inquieto, y decidí que se había acabado. Comprendí que la felicidad no la otorga una cifra concreta en la báscula o el poder meterte en unos pantalones de Zara. Dejé de lado toda conducta autodestructiva, sí, pero mis complejos seguían ahí, alimentándose de mi poca autoestima. Necesitaba mucha más fuerza, de la que tenía en ese momento, para ser consecuente con lo que creía. Lo llevaba cómo podía, acumulando mucho odio hacia mí misma.

Casi nunca he tenido problemas para ligar, he estado con gente a la que jamás le ha importado mi apariencia. El problema viene cuando a ti sí te importa, cuando sientes que no estás a la altura de la persona que te lleva de la mano. ¡Menuda gilipollez! ¿Diríamos que dos diamantes no están a la altura basándonos en el tamaño de las cajas que los contienen? Parece absurdo, pero en mi cabeza tenía todo el sentido del mundo. ¡Qué cosas!

Durante más de media vida me he mirado al espejo sintiendo repulsión por el reflejo que éste me devolvía. ¿Qué me hizo cambiar?

Principalmente quiero creer que fue la madurez. Me gustaría poder afirmar que, el hecho de alcanzar la treintena y sentirme afortunada en muchos aspectos, me ayudó a comprender la verdad. Quisiera decir que aprendí yo sola que, gozando de buena salud, se puede ser y sentirse bella en cualquier talla. Me gustaría poder afirmar que logré vencer mis complejos sólo con mi inteligencia, pero no fue así.

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Casualmente, la única pareja a la que sí le importó mi físico, considerando mis dimensiones como algo negativo, fue la persona que me hizo abrir los ojos y ver lo mucho que me gusta ser cómo soy, con todas mis virtudes y defectos. Cuando me quedé sola, por gorda, fue cuando aprecié la bendición que me había resultado serlo. Gracias a mi físico me había librado del ser más despreciable que jamás había conocido, su marcha me  había abierto los ojos ante la realidad.

Ahora soy capaz de mirarme al espejo y sonreír la mayoría de las veces, puedo ver el reflejo y pensar que me gusta lo que veo.

No me da vergüenza comer en público y visto con la ropa que me da la gana. Si salgo, y me apetece bailar, bailo. En definitiva, hago lo que me apetece en cada momento, sin ser esclava del: “¡qué van a pensar!” o el “eso no puedo hacerlo porque soy gorda”.

Actualmente, tengo la gran suerte de poder verme reflejada en otros ojos, unos ojos que me miran y me enseñan un reflejo precioso de mi misma, me muestran aquello que mis complejos siempre me habían emborronado. Gracias a eso puedo decir que la mayoría de los fantasmas se han ido. No estoy libre del todo, por supuesto, es difícil borrar muchos años de falsas ideas y todo, especialmente lo malo, lleva su tiempo. Lo único que, con muchísimo orgullo, me siento capaz de afirmar hoy en día es: que me gusto y soy feliz aún teniendo una talla de esas que no están bien vistas por la mayoría.

Miércoles Crow