Estaba en cuarto de la ESO cuando pusieron un papel frente a mí, sobre la mesa y me pidieron que marcase una opción: ciencias sociales, ciencias de la salud, tecnología o humanidades. El clásico «ciencias o letras», pero con un par de variables más para hacer la cosa aún más confusa

¿Con qué criterio se supone que iba que elegir? ¿Cómo iba a saber cuál era la mejor opción para mí si no tenía la menor idea de qué carrera universitaria estudiar o a qué quería dedicarme en el futuro? Con 15 años solo era una cría ¿es que nadie más lo veía? Aún hoy me frustra.

«Cada alma tiene su camino, pero a veces, ese camino, no está despejado»

Menos mal que aún me quedaban dos años para tomar la verdadera decisión. La importante. Dos años que parecieron cuestión de unas cuantas horas hasta que volví a encontrarme frente a otro papel que me pedía que escogiese en qué grado iba a matricularme. Iba a ser universitaria (sacaba buenas notas, se daba por hecho. Ni si quiera me paré a pensar si había otras opciones), mayor de edad, una adulta, supuestamente responsable y seguía sin tener la menor idea de en quién me quería convertir. Tenía claro en quién NO, eso sí, eso era fácil. No quería ser médico porque me da pavor la sangre, ni matemática porque se me dan como el culo las integrales. Dos opciones menos. Como veis no era un método muy eficiente. Al final, el miedo tomó la decisión por mí, escogió él “tiene más salidas” y el “los graduados de tal grado encuentran trabajo fácilmente”. Aún no me había preguntado si eran los trabajos que yo querría hacer, pero había tiempo, elegí un un doble grado y lo bueno era que iba a ganar un año extra para averiguarlo. Hasta los 22 tenía margen de sobra para conocerme a mí misma y descubrir quién era y a donde iba ¿no? Quizás a esas alturas debí haber visto venir que la cosa no iba a resultar como yo creía.

Esos cinco años han volado, se supone que hace tiempo que no soy una niña (en teoría). Ahora ya no hay papeles, ni aspas, mi destino no lo define un formulario, solo yo y mis buenas o malas elecciones. Yo que tanto odié ese folio blanco, tan duro e inflexible,  estoy más acojonada que nunca. Ojalá alguien me diese una lista de opciones, porque estoy PERDIDA. No tengo ni idea de qué hacer con mi vida.

«No sé quién tendría que ser»

Tengo un nombre, un bachillerato en ciencias sociales y un titulito que hace más felices a mis padres que a mí, pero ninguna de esas cosas me han dado ninguna pista que despeje mis dudas existenciales.

Ni lo van a hacer.

Y qué triste seria si lo hiciesen porque ¿Sabéis Qué? después de años y años haciéndome la misma pregunta por fin me he dado cuenta de que yo soy yo. Sin más. Y  a la vez mucho más, mucho más que un curriculum, un perfil de LinkedIn, un muro de Facebook o mi número de seguidores en Instagram. Soy mi larga lista de errores, mis oportunidades perdidas, mis golpes de suerte, mis miedos, mis sueños, soy todo lo que no pudo ser y lo que debería haber sido, soy cada segundo de mi vida y cada uno de los que me queda por vivir.

Y sabéis que es lo más estúpido y gracioso de todo. Que la gran mayoría los pequeños detalles que me convierte en mí misma, no los puedo decidir. Mi ADN, mi personalidad, mis debilidades y fortalezas están ahí me gusten o no, y el sendero que he escogido depende de tantas variables que si creyese que puedo controlarla sería una necia.

Que sí, que podemos empeorar o mejorar, elegir un sendero u otro, pero al final la fuerza de la gravedad nos conduce con más fuerza que nuestras decisiones. Porque a lo mejor te equivocaste, puede que esa carrera no sea para ti, que la cagaras enfocando tu vida profesional o que al final seas más de poesía que de ecuaciones (o que resultes ser mucho mejor empresaria que poeta) y sin embargo, un día o tú o la vida diréis basta y tendrás que derrapar y calibrar el rumbo de nuevo.

Tal vez sea una rabieta de juventud, pero me niego a seguir intentando decidirme. Las piezas ya venían en la caja, esto es lo que hay. Prefiero conocerme, resolverme, reordenarme, aceptar que en la tapa de este puzzle no venía una imagen que me ayudase a encajar cada fragmento. No tengo guías, solo unos cuantos colores y formas borrosas que poco a poco, espero, irán cobrando un sentido.