Si algo nos enseñó la película Inside Out – además de que un adulto puede llorar más que un niño con una película de Pixar -, es que algunos sentimientos que tratamos de evitar a toda costa son a veces necesarios. Algo parecido ocurre con la envidia. ¿Quién no ha sentido alguna vez pelusilla de ese compañero de clase que saca las mejores notas? ¿Quién no ha odiado un poquito a esa amiga que va divina de la muerte hasta recién despertada? Veo un par de manos levantadas.

A pesar de ser un sentimiento muy común, es raro que lo reconozcamos frente a los demás, ya que queremos proyectar una imagen de nuestro yo ideal, y nuestro yo ideal  no tiene celos de nadie porque es maduro, sensato y seguro de sí mismo.

La envidia surge cuando nos comparamos con personas similares a nosotros en algún aspecto. No estoy celosa del éxito de la nueva película de Amenábar, pero sí que saco las uñas cuando veo lo fácil que le ha resultado encontrar trabajo a mi prima. Esto se debe a que siento que su éxito implica de alguna forma mi fracaso, ambas estamos en igualdad de condiciones pero solo una ha triunfado.

Como nada en esta vida es blanco o negro, esto no iba a ser menos. Los efectos de la envidia dependen de cómo la canalicemos. Si tengo celos de un compañero de trabajo y trato de imitarle para triunfar sin que mi conducta le perjudique, la envidia pasa a convertirse en un motor eficaz.

Utilizar a la envidia como una aliada suena fácil, pero a la hora de la verdad solemos patinar y entramos en un círculo vicioso. Nuestros defectos e inseguridades se pueden convertir en limitaciones que impiden que logremos triunfar, y poco a poco enterramos nuestros objetivos bajo nuestra zona de confort. ¿Cómo evitarlo?

  • Viene bien conocer nuestros defectos, pero es fundamental dominar nuestras virtudes. Potenciar todo aquello que nos gusta de nosotros mismos va a provocar un subidón de autoestima, y es bien sabido que si te sientes bien, las cosas te salen mejor.  
  • Conoce tus limitaciones y se realista. Todos tenemos la capacidad para llegar a la meta, pero a algunas personas les puede resultar más fácil.
  • Deja el orgullo o la vergüenza a un lado y pide consejo. Si un compañero de clase saca sobresalientes, no dudes en preguntarle cuáles son sus trucos para estudiar o cómo se organiza. Ganáis los dos, él se sentirá halagado y tú aprenderás cosas nuevas.
  • No dudes en compartir tus inseguridades. Es normal sentirnos abrumados a veces. En la vida todos los éxitos requieren constancia, y a veces somos incapaces de ver los frutos de nuestro esfuerzo, pero el apoyo de un ser querido puede ser el empujón necesario para no quedarnos estancados en el camino.
  • Recuerda que somos nuestros mayores críticos. Haz memoria y recuerda alguna ocasión en la que le has preguntado a un amigo “oye, ¿huelo a sudor o es cosa mía?” y te ha respondido “yo no noto nada”. Pues lo mismo pasa con los defectos. Nos obsesionamos con el culo que nos hace una falda, el enorme grano que nos ha salido en la punta de la nariz o el horrible corte de pelo por el que encima hemos pagado, pero la gente no se da cuenta de las nimiedades que para nosotros son un mundo.
  • Disfruta de lo que tienes mientras trabajas por lo que quieres. Cuando nos esforzamos por conseguir nuestro objetivo tendemos a obsesionarnos con los resultados y dejamos de lado la belleza de crecer y aprender durante el proceso.
  • No olvides que no es tu aptitud, sino tu actitud la que determina tu altitud.

 

Autor: Marina P.