Cuando crecemos, lo hacemos con una serie de valores que nos han sido inculcados. Valores que nos empujan hacia uno u otro extremo, valores que te hacen ser de una forma u otra. Sin embargo, existe un valor que no depositan dentro de nuestra pequeña cabecita, sino que es nuestra responsabilidad construirlo y cuidarlo con sumo mimo: el amor propio.

A menudo he descubierto que algo se me da sumamente bien. En ese preciso momento mi ánimo experimenta un auge que me empuja a compartir aquello que se me da bien con el mundo. Pero entonces ocurre: llega esa persona extraordinaria que sabe hacer lo mismo que tú haces, pero mejor. Esa persona que te hace sentir como un boniato mustio al lado de su perfecto naranja dorado. Y entonces aparecen: la inseguridad, la vergüenza… Pensamientos negativos que solo pueden desembocar en dos puertos opuestos: iniciar una competencia insana con esa persona que tú concibes como “extraordinaria”, o abandonar aquello que nos gusta hacer sucumbiendo así a esa sensación que nos ha hecho sentir disminuidos.

Todo se reduce a lo mismo: la inseguridad, la falta de amor propio, la sensación de nunca ser lo suficientemente bueno. Es esta la razón por la que aquella chica que te tatuó te dijo que prefería no publicar fotos de sus diseños en Instagram, la razón por la que aquel chico que dibujaba tan bien te explicó que prefería no cobrar por hacer retratos. Hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien que realice mejor nuestro trabajo. Esa persona que nos desmotiva y nos empuja a ceder.

Y, ¿por qué? ¿Qué necesidad hay de que nos comportemos así? ¿Por qué no podemos, simplemente, amar nuestro trabajo por el mérito de haberlo creado con nuestras propias manos? ¿Por qué no podemos utilizar a esa persona que realiza tan bien su trabajo como incentivo para mejorar el nuestro sin que nos haga sentir reprimidos? ¿Por qué no podemos convertir a esa persona en nuestro referente, nuestro empujón, la pizca de motivación que necesitamos?

Como ya hemos dicho, el amor propio es algo que hemos de construir por nosotros mismos. Para ello, como dice la propia palabra, lo primero que tenemos que hacer es aprender a amar: amarnos nosotros mismos, amar nuestro trabajo, tratar de mejorar y continuar amando nuestro trabajo en el proceso.

Aurora Herrera