El último fin de semana de abril (y los dos primeros días de mayo) se celebra en Las Palmas de Gran Canaria, lugar donde resido, la Feria del Libro.

Este año, además de invitada como autora, con mi pequeño espacio para firmar y ver una de mis novelas toqueteada por todo el que tuvo curiosidad por echarle un vistazo y llevársela a casa (¡con la ilusión que eso supone para mí, que vivo las cuestiones de literatura como si estuviera en Disney… o en Hogwarts!), acudí de visita a algunos talleres.

Acompañé a mi mejor amiga y su hija a uno infantil que se impartió, donde se enseñaba, (en la medida de lo posible teniendo en cuenta el gran abanico de edades), la iniciación a la ilustración a través de formas sencillas.

Cabe señalar que, aunque no soy madre, profesionalmente (además de escribir cositas de cuando en cuando), soy pedagoga y educadora infantil. Ejerzo y trabajo con niños que por su edad, cursan educación primaria, y me gusta ver cómo reaccionan y responden a los estímulos, resuelven problemas o se enfrentan a situaciones cotidianas según su propia manera de pensar y entender las cosas.

De manera que nos metimos en el taller, que tuvo una aceptación buenísima, y nos dedicamos a ver con gracia como los pequeños intentaban imitar al monitor, estudiante de bellas artes, que se los metió en el bolsillo con lo que era capaz de dibujar en su pizarra a través de unos pocos trazos, haciendo que casi pareciera fácil.

O por lo menos así tenía que haber sido.

Después de algún problemilla de espacio y entendimiento, se fijó el patrón a llevar a cabo: crear personajes a través de figuras geométricas, primero sueltas y luego, emparejadas. Vimos nacer cerdos de círculos, Angry Birds de triángulos y Minions hechos con cuadrados.

Luego, a través de un círculo grande y un triángulo más pequeño, enlazados, el monitor del taller nos asombró (sobre todo a adultos como yo, que dibujo igual que a los cuatro años. Puede que peor, incluso) haciendo nacer de la nada, la cabeza de Darth Vader, el antihéroe de Star Wars.

Fue entonces cuando de una de las mesas, la voz de una niña se alzó por encima del revuelo restante. No superaría los diez años, pero anunció con pronunciación perfecta lo siguiente:

“Darth Vader no tiene sobrepeso”

Las risas no se hicieron esperar. Igual que las caras de asombro del monitor y sus compañeros. Incluidas la mía y la de mi amiga, que nos miramos sin dar crédito.

¿Cómo había llegado aquella cría a esa conclusión? ¿Por que el círculo era ancho y la imagen de la cara que se mostraba, por lo tanto, le hizo recordar a alguien con sobrepeso? No deja de ser asombroso, desde mi punto de vista, que lo primero que una niña relacione al ver un dibujo sea una característica como esa, sobre todo, por la palabra escogida.

Si hubiera dicho algo como “qué gordo” y se hubiera reído, habría sido algo relativamente más normal. Pero no, ella dijo “sobrepeso”, despertando las carcajadas de sus padres y muchos de los otros presentes, que empezaron a comentar cosas como “hay un Mc Donalds en la Estrella de la Muerte” o, “La jubilación le ha dado por comer”.

Pronto nos olvidamos de que un niño de esa edad, no tiene por qué conocer la implicación de esa palabra. Porque simplemente, en el contexto que estábamos, debía estar emocionada y tratando de imitar al dibujante, que había hecho con dos figuras un personaje que ella era capaz de reconocer. Ese era el objetivo del taller, para eso estábamos allí. Para pasarlo bien. Para divertirnos y aprender a dibujar.

En lugar de eso, la niña otorgó una característica física humana a un dibujo y la señaló como negativa con su tono de voz y su elección de palabras. Algo triste viniendo de un niño. Algo preocupante cuando todos ríen una gracia que no existe.

Esa cría pronto dejará de serlo, y quizá la próxima vez que señale algo remarcando a viva voz lo que ella considera un defecto, no se estará refiriendo a un dibujo hecho con rotulador en una pizarra. Quizá la próxima vez, utilice ese tono y esa expresión con matiz negativo para señalar a una persona.

Y quizá, en esa ocasión, no quedará en sus palabras la poca inocencia que mostró esta vez.

A lo mejor el que se hayan reído la hace pensar que es adecuado que ese sea el patrón por el que haya que juzgar o referirse a las personas. A lo mejor, acaba convirtiendo en un hábito de su vida adulta etiquetar a las personas por su índice de masa corporal, o por su orientación sexual, o por sus creencias religiosas, o por su países de origen.

Tal vez eso la lleve a pensar que son menos aptos o aptas para según qué cosas. Porque, ¿cómo iba Darth Vader a ser el líder del Imperio teniendo sobrepeso? Ni siquiera sería un malo tan importante, ¿verdad? Ha pasado a convertirse en objeto de burla en un segundo por esa única cuestión.

Está muy bien ir enseñando a los niños valores como el deporte, la buena alimentación o el ejercicio. Eso no es discutible, lo que no parece demasiado lógico es que se metan creencias sociales aprendidas en sus cabezas, de manera que lo que debería haber sido una actividad lúdica para despertar su creatividad, terminara creándole una visión negativa sobre una característica física que, está claro, considera como poco deseable.

Porque también tenemos que enseñar respeto, igualdad y, ante todo, educación.

Creo que es preocupante, desde mi punto de vista, primero que conozca el término sobrepeso, segundo que lo utilice con tal seguridad, de forma tan lapidaria, y tercero, que sus padres suelten carcajadas al oírla, contentos seguramente de que su pequeña haya comprendido alguna lección que ellos, o su entorno, habrán compartido con ella o comentado en su presencia.

Espero que sepan darse cuenta de que ese hecho no será anecdótico y simpático siempre, porque no siempre irá dirigido a un dibujo sin sentimientos. Y espero que sepan que si su hija es tan “consciente” del significado de esa palabra, podría llegar a sufrir bajo su peso si en algún momento la usan en su contra. Y entonces no habrá tantas risas.

Los niños son esponjas y todo lo imitan o repiten. Eso es mundialmente conocido, aprenden por imitación de sus referentes.

Por eso es tan importante ser un buen ejemplo y rodearlos de cosas y personas no dañinas hasta que puedan discriminar por sí mismos.

Siento decir, que si lo que pretendían era crear una abertura a la llegada de los complejos e inseguridades, me temo que pronto verán que lo han conseguido. Y eso, en un mundo ya tan condicionado, es toda una pena.

Romina Naranjo