Ahora estoy gorda y me gusto. De adolescente no estaba gorda y sentía asco hacia mí misma.

Es una dualidad curiosa, sin embargo es frecuente y aceptado que las chicas adolescentes odien sus cuerpos porque “son cosas de adolescentes” y “ya se les pasará la tontería”. El problema es que odiarse a uno mismo nunca, bajo ningún concepto, es una tontería.

Ese odio, ese asco, esas inseguridades, pueden llevar a algo más profundo, algo que puede tardar años en sanar, si es que algún día sana. Yo, gracias a Dios (mentira, gracias a mí), pude exorcizar a ese demonio a tiempo y eso me hace poder echar la vista atrás con cierta perspectiva y pensar… ¿realmente fui tan extremadamente gilipollas que estuve por mandar mi vida a la mierda por una minucia?

Escuchad mi historia, amichis.

A los trece años yo no estaba en modo traumatizada porque mi cuerpo cambiaba de forma brutal. Nein, nein. Yo ya llevaba mis bonitos cuatro años con la regla y mis preciosos seis años con un sujetador en las tetas (ya veis, tuve una infancia más corta que una mosca de la fruta), así que lo realmente “traumático” para mí fue que despertasen las hormonas de los demás. Todos los que durante años se habían reído de mis pechos, ahora estaban fascinados con ellos. Las chicas querían tenerlos tan grandes como yo, los chicos… prefiero no saber en lo que estaban pensando. Con trece años uno es muy creativo.

Total, que estaba yo, con trece años, una copa C, una cinturita de avispa y una curva en la cadera de infarto. Era básicamente Jasmine de Aladdin pero rubia y con ojos azules.

Un día cualquiera no podía hacer Educación Física (probablemente me estuviesen matando los ovarios), así que me senté con un chico de mi clase con el que siempre me había llevado muy bien. Hablamos sobre el caso de un profesor pedófilo que hubo en nuestra escuela y yo, inocentemente, se me ocurrió decir “qué miedo me dan los pederastas”. A lo que mi amigo me contestó con una carcajada y el locuaz comentario de “bueno, más bien ellos deberían temerte a ti”.

Yo no entendí lo que quería decir. ¿Por ser extrovertida? ¿Por ser poco popular? Incluso se me llegó a pasar por la cabeza que sería porque como tenía cuerpo de adulta, ya no les gustaría (ya ves tú que problemón). Pero él, como sintiéndose mal, hizo ESE GESTO. Ese gesto que me dejó marcada de por vida. Puso los brazos en jarras como un gorila e hinchó los mofletes tal que así:

Así es, todos reconocemos lo que significa esta postura, ¿verdad?

Estás gorda. Foca. Obesa. Hinchada. Ballena. Globo. Gorda, más que gorda, hasta los pederastas te temen por tu gordura.

Me dejó descolocada. Realmente, aunque entonces tuviese muchos complejos por mi cuerpo, nunca se me ocurrió pensar que desde fuera se me veía como una chica gorda, más bien todo lo contrario, creía que mi cuerpo resultaba atractivo a los demás.

Así que al llegar a casa, una cosa llevo a la otra… y me pesé. Pesaba 53 kilos, midiendo 1’65 (no sé por qué era más alta que ahora). Me pareció una barbaridad y me desesperé. Me desesperé tanto que tras comer tranquilamente en mi casa, me sentí tan asquerosa que corrí a vomitarlo. Así de sopetón. Sin transición, en el mismo día.

Le pedí consejo a una amiga. Todos teníamos en ese entonces la típica amiga que era muy madura, tenía problemas en casa, salía hasta tarde y siempre daba buenos consejos. Cuando le conté que ese chico me había llamado gorda y yo me había puesto tan nerviosa que me había provocado el vómito, ella me respondió que no pasaba nada, que ella también lo hacía a veces.

A partir de allí… Ardió Troya.

Pero sin Brad Pitt :'(

Mi amiga y yo empezamos una carrera enfermiza para ver quién perdía peso antes. Nos apuntábamos lo que comíamos, lo que vomitábamos, los gramos que bajábamos cada día, nos enviábamos tips pro-ana y pro-mia… Era una locura. Yo empecé a pedirle a mi madre que me preparase más ensaladas y verduras, pero nada, al final acababa vomitando también. A veces no desayunaba. A veces sí que lo hacía, pero ya por costumbre mi cuerpo lo rechazaba y tenía que correr al baño. No recuerdo demasiados detalles de aquella época, sólo lo extremadamente rápido y apresurado que fue todo y lo sumamente normal que nos lo tomábamos mi amiga y yo.

Pasó cosa de un mes y nos fuimos a la piscina para final de curso de segundo de ESO. Yo tenía un bikini muy mono marrón y azul y fui a la piscina contenta de lucir tipín, convencida de que tras un mes de vomitar y no comer se me vería mucho más delgada.

¡Pero sorpresa! Al ver más tarde las fotos… Me di cuenta de que estaba absolutamente igual. Incluso me vi algo de tripa.

Y pensando que Troya volvería a arder más y mejor…

Decidí parar esa locura.

Me senté conmigo misma y me dije, ¿un mes de joderte la vida para luego sólo pesar 500 gramos menos y que encima se te hinche la barriga? ¿En qué mierdas estabas pensando? Ni se te ocurra volver a hacer esas gilipolleces. A tomar por culo la vida.

Menos mal que siempre he sido una chica lista.

Luego tuve unos días de reencuentro conmigo misma bastante bonitos, la verdad. Les conté a mis mejores amigas lo que me había pasado, todas las tonterías que había hecho esas semanas y ellas, tras pegarme mi merecida bronca, me dijeron que no entendían como un comentario idiota de un chico idiota me había hecho perder la cabeza de ese modo. Y yo pues oye, también es verdad.

Mi anorexia se fue tan repentinamente como vino, por lo que no sabría decir si realmente sufrí de este TCA o fue un simple brote. Mi historia con la bulimia es bastante más larga y tormentosa, aunque hoy quería centrarme en esto en particular:

Una persona, un chico de trece años me soltó un comentario desafortunado. Y yo me pasé las cuatro semanas siguientes sin ingerir alimentos y vomitando de forma compulsiva cuando no podía evitar hacerlo. Odiando una gordura que no existía, odiando a una chica inteligente y atractiva como era. Todo por un puto comentario del graciosete de turno que probablemente nunca sabrá lo que desencadenó.

¿Y si se me hubiera ido de las manos? ¿Hasta dónde habría llegado? ¿Habría acabado ingresada en un hospital, desnutrida y neurótica, por un simple comentario estúpido?

Por eso, poniéndome a mí misma de ejemplo, quería tratar de crear un poco de conciencia. Siempre va a haber alguien con un comentario desafortunado, una opinión que nadie ha pedido, a veces querrá hacer daño, otras sólo querrá hacer el imbécil. Pero la cuestión es que no hay que escuchar a los comentarios desafortunados. Hay que escuchar a las amigas que dicen “no te dejes influenciar por esas tonterías”, hay que escucharse sobre todo a uno mismo cuando sabes que algo chirría por qué no lo estás haciendo bien.

No sé qué más añadir, las moralejas sobre este tema están ya trilladísimas, sólo quería compartir mi humilde experiencia.

Y por cierto, mi otra amiga, la que me acompañó en ese mes de “desenfreno”, logró salir también de ese pozo sin que derivase en algo mayor, por si alguien sufría por ella. Yo es que me leo una historia así y acabo sufriendo por la amiga, ¿es que nadie piensa en la amiga? Pues ale.