«Las palabras solo hieren cuando te importa quién las dice«

Una sola palabra puede tener más fuerza destructiva que un golpe en la nariz (o en los huevos si queréis) porque va directa al alma, una zona muy difícil de curar.

Hace un tiempo una amiga (y de verdad que es una amiga, no soy yo utilizando el recurso de «una amiga dice») me contó que un día estaba tan tranquila en una discoteca y un grupo de chicos al pasar a su lado dijo textualmente: «Esa no, que está gorda».

Ella no los conocía de nada, no tenía ningún vínculo afectivo hacia ellos, y fue, como he dicho, en una discoteca, un lugar del que no se puede esperar mucho por tanto, el comentario se la debería de sudar bastante, pero por el contrario, se le quedó marcado a fuego.

Esto es sólo un ejemplo de lo que pasa cada día cuando no se saben medir las palabras y se carece de tacto o de la habilidad de saber callarse en el momento apropiado.

Para ejemplificar mejor esto, vayamos directamente a uno de los ámbitos en los que más se generan situaciones de este estilo: el colegio / instituto. Digamos también que de repente y sin motivo aparente, una chica empieza a recibir burlas por parte de sus compañeros referidas a su físico.

La primera vez puede que se ría; «¿Quién no ha hecho alguna bromilla alguna vez en su vida? » piensa ella a modo de consuelo. Pero se repite una segunda vez, y una tercera, y una cuarta y una quinta y así cada vez que se cruza a alguno de estos chicos que en vez de decirle un simple «hola» o directamente nada, mencionan el mote que le han puesto.

Ella no consigue sacar el suficiente carácter en ese momento (algo de lo que se arrepentirá toda su vida, porque con los años se da cuenta que estaba en su mano acabar con ello) y las palabras, que se vienen repitiendo cada día, van quedándose instaladas en su mente, para terminar dejando una huella que la terminará acompañará durante años.

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El instituto acaba. Ella sigue su camino. Ellos también.

Ella, y a pesar de todo, se va contenta, porque tiene muchas cosas buenas que la rodeaban, pero también se va arrastrado las consecuencias de esos comentarios que en los próximos años la anularían en varios aspectos de su vida.

Ellos, además del retraso que traían ya de serie, se llevaron risas, la satisfacción de meterse con el débil (quizá debido a algún vergonzoso complejillo por ahí que tuvieran ellos) y los buenos momentos que le provocaban reírse y meterse con los demás.

El primer error fue darle importancia a esas palabras.

El segundo, no saber establecer límites.

Que tire la primera piedra quién no se haya metido con alguien alguna vez o haya hecho una broma /comentario malicioso sobre otro alguien. Seguramente la gran parte de los que leéis esto. No nos engañemos, tampoco somos santos.

El problema llega cuando al otro ya no le hace gracia y empieza a herirle. Aquí hay que parar porque se puede llegar a crear una marca de por vida que no se supera nunca.

Y así miles de situaciones en las que las palabras se convierten en armas de doble filo, a veces intencionadamente y otras no.

Pero tranquilos, que al igual que hay palabras que dañan, hay palabras que curan y que se convierten en una auténtica medicina para el alma.

Eva R.