Aquel precioso día en que tu madre te parió, te parió sol@. Sola ella, y sol@ tú. Fue ella sola quien empujó, quien sintió ese tremendo dolor en las entrañas, y tú sol@ respiraste por primera vez al ritmo de un cachetito en las nalgas.

Venimos sol@s a este mundo incierto.

Siento tener que recordártelo, pero en el mejor de los casos verás morir a las dos personas que más te han querido (y te querrán) en toda tu vida. Y tu corazón soportará el desgarro por tan terribles pérdidas en solitario. En el mejor de los casos, tendrás que despedir a grandes amigos. En el mejor de los casos, morirás rodeado de amor, pero tendrás que enfrentarte tú sol@ a tu último aliento. Amig@, nadie puede vivir por ti.

Porque sí, el ser humano es social por naturaleza. Los mejores momentos de la vida son los compartidos. Hacer el amor, reír con un amigo, abrazar a tu abuela… Eso es lo que nos da sentido como personas. Por eso estamos aquí. A eso hemos venido. Pero para entregarnos al placer de las relaciones sociales, hemos de ser conscientes de que toda sociedad está compuesta por individuos. Individuos que sólo se tienen realmente a sí mismos.

¿Por qué nos preocupa tanto la soledad, si es nuestro estado natural? Porque nos da miedo. Tememos cuestionarnos quiénes somos, enfrentarnos a nuestros demonios, luchar contra nuestros propios pensamientos. Es aterrador tener que contestar a todas esas preguntas que la soledad nos lanza sin piedad, y lo es precisamente porque ya conocemos las respuestas. A veces nos aferramos a relaciones tóxicas, a amigos que no lo son, a cualquier oportunidad de huir de nosotros mismos, cobijándonos en el lecho cómodo de la ignorancia.

Pregúntate, permítete recordar, contestar hoy A y mañana B. Escucha a tu cuerpo y, sobre todo, escucha a tu alma. No dejes que nadie perturbe tu momento. Conócete. Concédete un ratito junto a ti. Aprende a amar tus silencios, busca tu esencia, disfruta de ser tú.

Quiérete como sólo tú puedes hacerlo, porque eres únic@.

 

Inma Garrido