Yo me he pasado toda la vida siendo socialmente delgada, flaca, larga, palillo… No sólo es que fuese objetivamente delgada, era socialmente delgada porque ser delgada era generalmente la primera característica que cualquiera utilizaba para describirme. Eso y a partir de los trece años cuando me las pusieron: las gafas.

Soy la niña delgadita y con jerséis grandes del colegio. La chica delgada, con gafas y pandereta en una mochila  del instituto. La chica delgada, con gafas y botas negras de la universidad. La chica delgada, con gafas y traje gris que trabaja en la empresa. La chica delgada, vestida de modernita que trabaja en el concello y hace un posgrado por las tardes.

La delgadez me acompañó siempre, y yo me sentía definida por mi delgadez. Algo de lo que sentirme incluso orgullosa aunque no dependía realmente de mi  ser así de delgada. Algo que no quería perder porque era la única característica de mi físico que todo el mundo alababa sin cesar.

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Y de repente, este chica delgada decide que  ha llegado el momento de ser mamá y como lleva arrastrando problemas de hormonas tooooda su vida sabe que no puede dejar su embarazo al azar, que hay que planificarlo, y  prepararlo. En mi primera consulta de modo casi inmediato me dijeron que era imprescindible que engordase; entre 6 y 10 quilogramos. Tenía poca grasa corporal a pesar de ser una tía grande, y eso condiciona un montón de cosas relacionadas con la fertilidad (jatetuquecosa…)

Pues allá me puse yo a dieta de engorde. Con mi pareja de compinche cocinando cosas deliciosas. Tenía que engordar, pero hacerlo de forma sana así que me salía aguacate por las orejas! Engordé lo que me habían recomendado para quedarme embarazada y unos 20 quilogramos durante el embarazo. 10 días después de dar a luz y a pesar de haber perdido todo el peso ganado en el embarazo no me reconocía. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué era esa barriga? ¿Cuándo me habían salido estrías? ¿Desde cuando tengo pechos?

Sumad a eso que socialmente cuando estás embarazada la gente se mide al hacer comentarios sobre tu peso (bueno en realidad no se miden nada… te emplazan al final del embarazo para perder peso y vía) pero de repente vivía rodeada de expertos en dietética y nutrición dándome consejos sobre ejercicios y dietas milagrosas.

Y que queréis… yo estaba superfeliz con mi niña, disfrutando de mi primer verano con ella, encantada de meterla conmigo en la piscina, sobreponiéndome al fracaso de mi lactancia a base de cañas con las amigas, asimilando que a partir de entonces habría cosas más importantes en mi vida que trabajar, dudando de si alguna vez aquel dolor de espalda desaparecería…

Del embarazo no me quedó ni un quilo, pero en la crianza disfrutona que yo tuve cayó alguno y por cortesía de algún tratamiento hormonal en tiempos posteriores cayó alguno más.

¿Y sabéis que? Que más allá de los comentarios “bienintencionados” de alguna gente… ¡No pasó nada! No me despidieron del trabajo, sigo siendo tan productiva como antes, mi pareja me adora igualmente, mis amigos me siguen queriendo, sigo yendo a la playa en topless, las lorzas se ponen morenas con la misma facilidad que un vientre plano, mi hija adora a esta madre así blandita y con brilli brilli en la barriga ( piel de purpurina le llama a las estrías ☺)

Las únicas consecuencias reales que tuvo dejar de ser “la chica delgada de” fueron que no he vuelto a tener anemia, que tengo pechis y que la gente ha encontrado mejores adjetivos con los que describirme: esa chica que adora su trabajo, la mamá que siempre viene corriendo en tacones a recoger a su hija, la amiga alta, la rara del curso que coge apuntes en el portátil, la señora que va a comprar con un moño hecho con un boli…

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Engordé quince quilos y no pasó nada. Bueno si, que me vi en una corsetería de las de verdad buscando sujetadores sin tener ni pajolera idea a mi edad de cual es mi talla de sujetador.

Carme Casado

 

En las fotos: Tara Lynn