Han pasado ya algunos años pero creo que nunca podré olvidar aquella tarde. La tarde en que me calcé, por primera vez, unos pantalones de Mango.

Hasta entonces, mis incursiones en esta cadena de ropa se limitaban a las camisetas de algodón con el nombre de la marca impreso. Porque, no nos engañemos, encontrar ropa de tu talla en la misma tienda que compraban tus amigas era lo más. Recuerdo entrar en la tienda y dirigirme sin rodeos a la mesa donde siempre estaban colocadas, bien dobladitas, las camisetas de este tipo. Había de varios colores; cuello barco, a la caja, redondo; manga corta o larga y tirantes. Y lo más alucinante era ¡¡¡ que llegaban hasta la talla XL ¡!!. Desde luego, a veces no en todos los colores o modelos, pero si tenías suerte esa tarde, alguna podías conseguir.

Encima eran económicas , que ese también era un punto a favor.  Así que rebuscaba entre las filas de colores y conseguía el ansiado tesoro. Y con sus letras impresas en la zona del tetamen…

No había nada más que ver allí. En realidad para ver había muchísimo, pero nada que pudiera dar cabida a mi cuerpo talla 50. Así que ¿para qué frustrarse? ¿para qué recorrer las diferentes secciones intentando en vano conseguir una XL que, finalmente, tampoco iba a ser lo suficientemente grande para mí? ¿para qué, si ya tenía una preciosa camiseta en azul celeste?…

Salía de la tienda con mi bolsita de papel y la camiseta envuelta en una especie de hoja de seda blanca. Todo ello muy cuqui. Y ese era el momento más feliz del mes. Subidón de adolescente que descuenta las horas para estrenar su camiseta y que todos puedan ver que, a pesar de ser la gorda de la clase, lleva una camiseta ¡de Mango!.

Porque con 15 años tu felicidad puede depender de cosas tan absurdas como si te vale o no una camiseta. Porque con 15 años quisieras poder entrar a la tienda que te diera la gana y probarte los mil modelitos que se prueban tus amigas, y no dedicarte a ser la jueza que les dice qué sienta bien y qué no. Con 15 años quieres poder llevar unos vaqueros ajustados y no unos de corte masculino; quieres desterrar las camisetas horribles de propaganda o dibujos raros que llenan tu armario; quieres poder llevar unas bragas rosas con lacito , monísimas, y no las de microfibra del 5 x 4 euros del mercadillo de tu barrio.

La vida con 15 años es una absoluta putada, un caos hormonal, emocional y social. Cuánto más, si tu culo no entra en las sillas de la cafetería….

Por eso nunca podré olvidar aquella tarde. Una tarde de compras sin mayores pretensiones. Entrar en la tienda y sonreír al ver la fila de camisetas con logo ordenadas por colores. Recorrer la tienda mirando aquellas prendas de ropa que, en realidad, no te dicen gran cosa.

Mira, unos pantalones negros, lo que estaba buscando. Los miro y me parecen bonitos. Pero , más por inercia que por disgusto, los cuelgo de nuevo en su lugar. –“¿por qué no te los pruebas?”.  Pues ni lo había pensado pero, oye, igual no es mala la idea.

Y ahí estaba yo en ese minúsculo probador con los pantalones negros. Siempre con ese hilo de esperanza que surge cuando quieres probarte algo que te gusta “por favor, que me siente bien” pero con la casi segura convicción de que no subirá de tus pantorrillas.

Pero sube, y ajusta el botón, y ¡la cremallera!.

La cara de mi madre es un poema cuando abre la cortina y me ve llorando. Así tal cual, llorando por unos estúpidos pantalones de Mango.

Con 28 años lloré por todos esos otros pantalones que no pude ajustar, por toda esa rabia y frustración, por lo inverosímil de sentirnos menos por no llevar determinada ropa o ajustarse a la talla “ideal”.  Porque con 15, 23, 36 , 54 o la edad que sea, nadie debería sentirse mal porque un trozo de tela no es de su talla. Porque el envoltorio puede gustarnos más o menos, ser más reluciente o de un color más apagado; sea como sea, el regalo va dentro.  Y es esa preciosa persona que hay dentro a quién debemos amar, respetar y cuidar. Pero claro, eso con 15 años y en esta pútrida sociedad consumista, es difícil de asimilar.

Finalmente aquel pantalón volvió a su lugar y yo salí de la tienda sin bolsita de papel. Sin subidón emocional y con cierto regusto amargo.

Ahora ya no llevo una talla 50 y es verdad que hay más variedad en cuanto a tiendas y tallajes pero estoy segura que, cada día, adolescentes como yo, se sienten frustrados cuando, una tarde cualquiera, salen de compras.

Autor: Silvia Romero

 

Foto destacada