Lee aquí la primera parte

Tras días encontrándome mal, un dolor de tetas digno de una patada de un jugador de fútbol, mareos, náuseas, etc… Y tres días sin mi inglesa puntual regla, me fui a la farmacia a por la dichosa prueba de embarazo. Sin ganas de nada, excepto de vomitar, tuve que soportar a unos cuantos ejemplares en pleno ataque de gordofobia que me miraron con cara de asesina por pedir una prueba de embarazo.

Porque claro, las gordas no nos quedamos preñadas. Incluso uno se me quedó mirando con cara de “A las gordas no se las follan”. Como dice el que sí me folló, la gente es muy idiota.

Aquí, la asesina al nivel al menos del genocidio de Hitler, estaba esperando a que a la dependienta le diera la gana de cobrarme. Mientras entre susurros me indicó que mejor que comprara la que indicaba la semana, porque así tenía tiempo de “solucionarlo”.

¿Solucionarlo? Me quedé a cuadros. En otras circunstancias y con menos ganas de vomitar, habría soltado alguna sandez que la habría dejado callada. Pero sinceramente, mi prioridad era llegar al baño de mi casa.

Inciso: Nunca dejes que comentarios como ese te afecten. Son personas que no saben nada de ti, y que opinan desde la estupidez propia del desconocimiento y el prejuicio. Es decir, bonitas, ese tipo de frases con letras en forma de carroña.

Y allí estaba yo, haciendo malabares para acertar y no llenarme las manos de pis. Estaba tan absolutamente tranquila, porque casi todas mis conocidas habían tardado la vida en quedarse embarazadas, que no se me ocurrió otra cosa que aprovechar el tiempo de espera para recoger.

No recuerdo cuanto tiempo pasó y fue como un: ¡Anda coño!, la prueba.

Me senté y un positivo como una capital de grande me estaba aguardando. Señorita está usted de 1 a 2 semanas. Se me quedó la cara propia de tócate los melones, acabas de pasarte por el plumeros unas cuantas estadísticas. Sobre todo esas que te dicen que simplemente por estar gorda te va a costar más que a nadie.

Regresé allí con mi receta de ácido fólico. Orgullosa de no haber arreglado nada. Volvió a atenderme la misma farmacéutica. Ella me miró de nuevo con cara de al menos tener las claves de la bomba atómica. Y yo abiertamente le dije que había mil cosas que ella debía arreglarse porque yo, yo no tenía nada que solucionar.

Pero queridas, esto es solo el principio de todo el machismo y gordofobia que soportas cuando te quedas embarazada.

Bienvenidas al circo que montan los demás.

Ainhoa Escartí