Hace poco me encontraba chateando tranquilamente con un viejo amigo por el que siento un gran aprecio y respeto (y por respeto me refiero a que le considero una persona culta e inteligente con la que se puede hablar civilizadamente). Estábamos chismorreando sobre asuntos amorosos, cuando de repente, en cierto momento de la conversación, suelta el comentario que toda mujer fantasea no tener que escuchar nunca: «Si para mi eres como un tío». Tras el shock inicial, le respondo un cauteloso «vaya… gracias» y él continúa la conversación en tono jocoso sin darle mayor importancia.

Podía haber quedado en una anécdota entre dos amigos que se hablan sin pelos en la lengua y con mucho humor negro de por medio. Podía haberle soltado un sermón feminista sobre la grandiosa estupidez que supone esta frase (y que, mujeres y hombres inteligentes, creo que no hace falta explicar aquí). Podía sencillamente haberme olvidado del tema. Pero mi cerebro comenzó a revolverse en su tumba horas más tarde, y me vi obligada a dejar constancia de mis reflexiones bajo la ducha acerca de este delicado tema.

Y es que, amigas, mujeres, no sé vosotras, pero a mi nada me satisface más que ser consciente de mi propia feminidad y sentirme identificada con ella. Sí, me gusta ser mujer, a pesar de todos los estigmas sociales que ello acarrea. Me gusta mi cuerpo, biológicamente preparado para engendrar vida y físicamente voluptuoso, porque me encanta comer casi tanto como ser mujer. Me gusta beber cerveza y bailar, y mover las caderas, por supuesto. Me gustan los chistes malos, los chistes negros, y prácticamente toda clase de chistes. Me encanta dibujar, escribir y crear historias. Me gusta el cine, las pelis de monstruos que devoran a la humanidad y los dinosaurios. Me gusta ver dibujos animados, hacer artesanía y escuchar música, a veces todo al mismo tiempo. Por el contrario no me gusta nada hacer deporte, ni depilarme ni la gente mentirosa. Ah, y por supuesto me gusta masturbarme, pero sin embargo no me gusta mirar porno.

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Podría seguir hablando de mí y de las cosas que me definen hasta la eternidad, pero creo que, sin duda, podría afirmar que ninguna de estas cosas son «de tío». Por el sencillo hecho insignificante de que soy una mujer. En una sociedad hartada de tópicos sexistas es demasiado fácil caer en el argumento de «la mayoría de hombres son…» o «la mayoría de mujeres son…». Pero paraos a pensarlo durante un momento. ¿Qué cosas son las que realmente te definen o te motivan? ¿Cuales son las cosas que te hacen feliz, te alegran el día o te enfurecen? ¿Qué valores tienes en la vida? ¿Cuales son las estupideces que haces a diario? Si hombres y mujeres escribiéramos en una hoja todas estas características sin poner nuestro nombre y luego las mezcláramos, nos daríamos cuenta de que no podemos diferenciar estas cualidades en base a nuestro sexo. Al final va a resultar que no somos tan diferentes después de todo.

Lejos de las revistas de moda con trucos para quitarle la grasa a la mantequilla y los chandals rosa para señora de Lidl, se encuentran todas esas otras cosas que se escapan entre las líneas de los tópicos infernales, y que nos permiten definirnos a nosotros mismos, independientemente del sexo con el cual nos identifiquemos.

Así que, como conclusión final, os invito a tod@s a repetir conmigo: «Yo, (inserte aquí nombre) soy y me gusta ser (inserte aquí mujer, hombre, transexual, travesti, trisexual…)»

Autor: Irene Álvarez