De la misma manera en que a veces necesitamos perdernos para poder encontrarnos, en ocasiones tenemos la necesidad imperiosa de coger las maletas y largarnos sin mirar atrás: dejarlo todo, dejarlos a todos, y volver a empezar.

Siempre he pensado que para hacer algo así, había que ser muy valiente. Sin embargo ya no lo tengo tan claro. Y es que puede que huir no sea la respuesta. El dolor, las dudas, la inseguridad, el miedo, la decepción, la tristeza, los problemas… no se despiden de ti cuando te marchas. Allá donde vayas siempre habrá alguien que te haga la vida más difícil, o un amigo que te traicione, o un trabajo que no te motive (y te desmotive), o un tipo del que te enamores, y te rompa (a sabiendas de que lo hará) el corazón… o todo, absolutamente todo, a la vez. Siempre habrá políticos que te intenten engañar, o injusticias contra las que no puedas hacer nada… Siempre te toparás con la deslealtad, y con los traficantes de mentiras. Siempre estarán aquellos que te juzguen si tu permiso. Siempre te encontrarás con quienes te intenten hacerte sentir inferior. Siempre te harán promesas que no se cumplan. Siempre habrá quien no te quiera bien. Siempre habrá canallas. Y a ti, siempre te faltará quererte un poco más…

Por eso, antes de emprender esa huida que sólo nos conduce a seguir siendo unos cobardes, deberíamos enfrentarnos a ese dolor, a esas dudas, a esa inseguridad, a ese miedo, a esa decepción, a esa tristeza, a esos problemas… a todo y a todos, aquí y ahora, plantarles cara, y dejar de perder el tiempo. Porque, aunque a veces se nos olvide, la vida es una sola. No para por nadie, y no te permite volver a empezar. No da oportunidades. Es insultantemente corta, y pasa demasiado rápido. Es injusta, se ríe de nosotros y nos desafía continuamente. Sí, la vida es agridulce, pero también nos enseña que la única manera de vivirla, es vivirla, y que el mayor de los sacrilegios es pasar por ella de puntillas. Por lo tanto, cada vez que tropieces con la jodida piedra y te caigas, hazte una buena brecha, de las que escuecen, pero enseñan. Si toca sufrir, sufre bien, permítete que duela, pero cósete con cuidado la herida, deja que cicatrice, y hazte un favor: olvídate de ella. Si llega la hora de amar, ama como si nunca te hubieran traicionado, como si todavía tuvieras el corazón intacto, como si aún creyeras que el amor no es un chiste malo. Aunque probablemente te vuelvan a hacer daño, ama mucho y deja que te amen. Dicen que merece la pena. Si decides arriesgarte, romperte los cuernos intentando hacer realidad tus sueños, luchar por lo que quieres, no rendirte ante las adversidades, ser, a fin de cuentas, un valiente, y te llaman loco por ello, te están haciendo el mayor favor de tu vida: te están dando el empujón que te falta.

Por fin llega el día en el que te das cuenta que no era el destino, sino el camino que recorremos hasta llegar a él; que no era el lugar, sino las personas; que no era cuánto hacemos, sino cómo lo hacemos; que no era bajar los hombros y resignarse, sino levantar la frente y aceptar; que no era lo que puedes, sino lo que quieres; que no eran las palabras, sino los hechos; que no era llegar, sino quedarse; que no era esperar, sino actuar; que no eran ellos, sino tú. Si llega finalmente ese día, justo en ese momento, habrás empezado a ser feliz… aunque la vida siga siendo, sin duda alguna, una auténtica cabrona.

Autor: Alicia Martín