Resulta que a mis 28 años me he enamorado por primera vez de una forma muy sana y muy normal. Y digo esto porque yo nunca he sido de relaciones largas, siempre buscaba y congeniaba con chicos pasajeros con los que me lo pasaba bien. De todo lo que no fuera eso huía, y de los que me prendía la cosa iba de mal en peor, así que volvía a lo pasajero. Siempre igual hasta que hace unos meses la cosa “surgió”– sí amigas, yo pensaba que no, pero pasa, para mí el término “surgir” también era un desconocido -.

Pues bien, resulta que ya estamos pasando por el típico momento de presentaciones, y ayer conoció a “LA YAYA”, la única abuela que tengo y de la que soy su única nieta adorada. La verdad es que a la mujer se le cayó la baba y hasta se emocionó, pero ahora viene lo gordibueno… Al despedirnos mi yaya le soltó tan campante: “ella también es muy guapa, un poco gordica, pero bueno…”. PERDONA ABUELA, ¿HE ESCUCHADO BIEN?

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Ese “pero bueno” sonó estridente en mi cerebro -lo de gordica no, porque es así, y lo de guapa, pues también es cierto, que también se tiene que admitir-. Pero lejos de enfadarme o sentirme mal, pensé “qué engañada vives, si tú supieras”. Ni que decir que mi amore ni se inmutó.

Esto me hizo pensar en que seguramente en otra época este comentario me hubiera hundido en la miseria, pero es que la propia vida la que te enseña que el ser “gordica” sólo te limita el encontrar fácilmente pantalones de tu talla en una tienda Inditex, ¡absolutamente nada más!

Y que quien siga diciendo “pero bueno” hablando de una gordibuena sólo me dará pena por lo engañada que está, y es que disfrutar de la vida, gustar, enamorarse y mil cosas más no es cuestión de peso.

Autor: Eva Martín.

En las fotos: Natalie Means Nice