Estoy mal hecha. Ese fue mi mantra durante años. Y con esa frase avisaba a todos los chicos de que mi cuerpo no era el «estándar». O el que la sociedad indicaba que debía de tener. Viví muchos años obsesionada con diferentes partes de mi cuerpo. Incluso una época me obsesioné por la envergadura de mi muñeca. Sí, de mi puta muñeca.  Para mí, no era tan delgada como debería.

Hice mil locuras. Probé todos los productos habidos y por haber. Tonteé con el juego de dejar de comer. Colgué fotos de actrices que admiraba en mi armario prometiéndome que un día tendría su cuerpo. Maldije a la naturaleza mil veces.  Y todo porque estoy mal hecha. Todo lo que me sobraba de un lado, me faltaba del otro.

Tengo una amiga que siempre me dice que no entiende a las personas obsesionadas con el tema del peso. Y yo siempre le digo que eso le pasa porque no ha vivido lo que muchas otras personas han vivido. Ella no sabe lo que es que te rechacen por tu físico. No poder ponerte la misma ropa que tus amigas. Que lo peor que pueden decirte sea que has engordado. Anhelar con desesperación que te digan en las reuniones familiares o con amigos que estás más delgada. Oír los insultos de la gente. No querer ir a la playa o a la piscina. Querer cubrirte con miles de capas para esconder todo lo que te avergüenza. Comerte un postre con remordimientos. No, ella no lo sabe.

No, no y no

Pero un día dije basta. Me obligué a buscar en mí misma cosas que me gustaran. Y llegué a varias conclusiones:

  • Quizás no tenga una cintura definida. Pero tengo unos hombros que me parecen muy sexis.
  • Quizás mi culo sea un poco inexistente. Pero tengo unas piernas que me parecen estilizadas.
  • Quizás tenga el pecho demasiado grande para mi gusto. Pero los escotes me quedan de muerte.
  • Quizás no tenga unos brazos delgados. Pero tengo unas manos cuidadas y bonitas.
  • Quizás piense que mi cara es demasiado ancha. Pero está adornada por unos ojos y unos labios preciosos.

Y así, con mil cosas más.  Al final, todo reside en eso. Estamos tan acostumbrados a señalar o detectar lo que nos parece que está mal, que nos olvidamos de destacar lo mejor de nosotras mismas. Así que no. No estoy mal hecha. Estoy jodidamente bien hecha. Con cosas que me gustarán más o menos, pero todas ellas preciosas. Por que son mías. Porque he aprendido a quererlas.

A tope de autoestima

Y aunque por suerte, tal y como entré en ese bucle fui capaz de salir, también sé que eso es algo que llevo grabado a fuego en mí. Que me acompañará de por vida. Con mis días buenos y mis días malos. Pero ahí está. Siempre latente. Siempre alerta. Pero sintiéndolo mucho, tal y como dijo Demi Lovato en una ocasión, no voy a sacrificar mi salud mental para tener el cuerpo perfecto.