Se ha escrito mucho en esta página sobre la doble moral a la hora de hablar del peso, pero parece que no lo suficiente. Cuando menos te lo esperas y donde menos te lo esperas, salta la dichosa liebre.

Os pongo en situación: hace tiempo hice un amigo nuevo (y no uso la palabra “amigo” como eufemismo a la hora de hablar de cualquier otro tipo de relación. Porque aunque a algunos les cueste, la amistad entre hombres y mujeres existe, mola y todos deberíamos de probarla.). No nos conocemos mucho aún, pero como casi siempre, las primeras conversaciones han ido en sintonía, hablando de temas en los que estamos de acuerdo e intercambiando intereses. Hasta ahí todo normal.

Pero (siempre acaba por existir un “pero”) la semana pasada estuvimos hablando un rato y salió el tema de las modelos plus size. Resulta que él no tenía mucha idea y le estuve enseñando fotos, comentando distintas campañas, hablando sobre las reivindicaciones que había detrás del movimiento body positive… Vamos, una conferencia de 20 minutos entusiasmada con las posibilidades que se presentan en el horizonte gracias a todo esto. Cual fue mi sorpresa al escucharle decir “pues no sé si estoy de acuerdo con todo esto”.

Lo primero que pensé fue que me había emocionado tanto que no me expliqué con claridad. Cualquier cosa antes de admitir que, para un amigo nuevo que hago en años, me iba a salir rana.

Pacientemente, volví a repasar punto por punto las ideas clave, intentando no dejar lugar a la ambigüedad. Pero a mitad de la explicación me corta para decirme “no, si te entiendo, pero creo que desde ahí se está alabando la obesidad”.

Ya salió la dichosa frasecita.

Una, que ya ha toreado en estos ruedos, debería de haber estado más avispada, pero claro, seguía pensando que algo no estaba claro, que mi amigo es un tío muy razonable y que seguro que se había perdido en algún punto; que igual en lugar de escuchar “promueven la idea de que nadie debería de sufrir por tener un cuerpo fuera de los dichosos cánones de belleza impuestos”, él probablemente había escuchado “se dedican a coger un embudo y engordar a la gente hasta que revienten” y de ahí que no estuviera a favor.

Para hacerle ver lo que intentaba explicarle, me dediqué a mostrarle fotos de nuestras amadas modelos plus size para que se diera cuenta de que todos los cuerpos pueden ser bellos, y que no hay nada turbio moralmente detrás.

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Ni siquiera Ashley Graham le hizo cambiar de opinión.

Desesperada, le pedí por favor que se explicara. Necesitaba entender por qué se cerraba tanto ante la idea de que una chica que superaba la 38 podía ser guapa, estar buenorra y no tener ningún problema de salud. Entre todas las excusas que conocemos de sobra, se coló un “es que a mí las tías… así… no me gustan”.

Es decir, que a él las tías GORDAS no le gustan. Vale, bien, no a todo el mundo le tiene que gustar lo mismo ni se puede obligar a nadie a cambiar sus gustos. Pero ya habíamos pasado del “promueven una imagen poco sana” al “a mí es que no me gustan”.

Mientras nos despedíamos me quedó la duda de si, en caso de haber visto primero las fotos y luego hablado del tema, las respuestas hubieran sido las mismas.

Mi cabreo no lo provocó el hecho de que a mi amigo no se le cayera la baba con Tara Lynn y su carita cincelada por los ángeles; sino porque tratara de esconder unos ciertos gustos detrás de una supuesta preocupación por la salud, la alimentación equilibrada y todas esas cantinelas que, más tarde o más temprano todas escuchamos. No os inventéis problemas de salud o juicios morales para esconder algo que es cuestión de gustos. No me ofende que tengas unos gustos propios que pueden no ser iguales a los míos; pero sí que intentes imponerlos acogiéndote al dichoso discurso gordofóbico.

Sobre gustos no hay nada escrito, pero por eso mismo hay que diversificar la forma de entender la belleza, la sensualidad y la sexualidad. Si no se puede estar de acuerdo con un mensaje así es para pararse a pensar hasta dónde ha llegado el lavado de cerebro que nos han hecho.

Patricia Olmo.

 

En la foto: Loey Lane