Me has protegido, cuidado y querido como que sé que nadie lo hará jamás. Me has acunado, aún de adolescente cuando me partían el corazón y me decías que pasaría y aún de adulta cuando la vida me ha dado golpes tan fuertes que el único lugar que no me parecía hostil eran tus brazos. También me has soplado en las rodillas porque las heridas sanaban antes y me has regalado las mejores sonrisas sin, muchas veces, merecérmelas. Pero me has dado algo mucho más importante que el amor: el valor para ser fuerte y salir victoriosa de cada batalla.

Gracias mamá por enseñarme que la vida no siempre es fácil y que los caminos de baldosas amarillas sólo existen en algunos cuentos pero que no por eso deja de seguir siendo maravillosa. Que hay días que ni arrancando las cortinas te llega un solo rayo pero en nuestra mano está levantarse de la cama e ir en su busca. Que no nací para conformarme y que cuanto más empinada se me haga la subida mejores vistas tendré desde la cima.

Me ensañaste que sentir es lo más valioso que tenemos, ya sea alegría, decepción o rabia, los sentimientos mueven nuestras acciones, nos hacen más humanos y debemos defender siempre esa esencia que muchos tratan de ocultar. «Llora cuando lo necesites y ríe cuando te apetezca». Así, sin cadenas de ningún tipo,  me educaste para ser honesta con el mundo pero sobre todo conmigo misma.

A veces escucho historias de mujeres fuertes, mujeres que consiguieron grandes hazañas e incluso algunas de ellas hasta están en los libros de texto y después del subidón siempre se me viene a la cabeza que no tienes nada que envidiarlas. Ni probablemente tu madre tampoco, ni la tuya, ni la suya. Somos hijas de las primeras mujeres que trabajaron fuera de casa, hijas a su vez de supervivientes de la posguerra, mujeres que alimentaron a más hijos de los que sus despensas cabrían esperar. Y toda esa valentía que puede parecer minúscula a ojos de muchos han sabido transmitirla de generación en generación, de pecho en pecho, de abrazo en abrazo hasta llegar a nosotras.

Por eso, cada vez que me dan ganas de tirar la toalla ya sea por cualquier tontería o por la injusticia más grande del universo, pienso en ti y en todas las veces que me has dicho eso de «hay que ser fuerte». Y sigo mamá, sigo por ti y por todas las madres del mundo que cargaron y siguen haciéndolo todos los problemas a sus espaldas para hacernos el camino más fácil sin darse cuenta de la estela que dejan a su paso. Gracias mamá por eso pero sobre todo por el ejemplo de lucha.

A todas las madres que, como la mía, eso de «feliz día de la madre» se les queda corto.