– A las señoras mayores que en la cola del supermercado o en el autobús yendo a casa me dicen: ‘ay qué pena lo mona que eres que estés tan gorda…’

– A los descerebrados que me gritan GORDA desde sus coches.

– A la dependienta de la tienda que me dice: nena, para ti aquí no hay nada- sin que yo le haya preguntado.

– Al grupito de adolescentes que hacen bromas en alto a mi paso.

– Al médico que cuando voy por un dolor de oídos me dice que tengo que bajar de peso.

– A la gente aburrida que me deja comentarios en Instagram invitándome a probar productos dietéticos milagrosos.

A TODOS. Gracias, pero desde hace mucho (por no decir toda la vida) en mi casa hay un espejo. Me veo todas las mañanas, incluso cuando salgo desnuda de la ducha. Veo mi reflejo en los escaparates, en los cristales de los coches, en los ascensores. Y SÉ QUE ESTOY GORDA. No hace falta que nadie me lo recuerde.

Porque imagino que es eso lo que pretendéis cuando centráis vuestras conversaciones en eso, recordarme que estoy gorda por si, casualidades de la vida, no me había dado cuenta de que peso casi 100kg. Como si pequeños detalles como no encontrar ropa de mi talla o recibir un rechazo tras otro no me lo recordasen constantemente. Como si la publicidad no me bombardease con la única idea de que debo adelgazar para poder gustar a los demás. Como si mi propia familia no me machacase con el mismo tema desde hace años.

De verdad, los gordos sabemos que lo estamos. A algunos se la pela y han decidido aceptarse tal y como son, otros luchan para adelgazar pero (de nuevo, ¡sorpresa!) no lo tienen especialmente fácil por su metabolismo, genética o enfermedad que les dificulta el proceso. Otros prefieren comer a pasarse la vida a dieta. Pero todos, absolutamente todos, sabemos la talla que usamos y no necesitamos que nos lo recuerdes.

Ni mi salud ni mi físico son tu responsabilidad, sobre todo si ni tan siquiera me conoces ni sabes qué tipo de vida llevo. Así que hazle un favor a la humanidad… y ahorra saliva :)