Imagina que eres una piña, sí una piña. Si todo el rato te dijeras a ti misma «soy un desastre, hay gente que, como me come en sus dietas diuréticas, está harta de mí y gente que me odia si aparezco en su pizza», ¿cómo podrías ser feliz? Pero, ¡ay amiga piña!, si tú te dijeras eso de «pues oye, no estoy nada mal, soy sana, natural y hacen hasta flotadores con mi forma, soy genial», ¿no sería tu actitud mucho más disfrutona? ¡Gústate, piña!

Piña bailando

Pues a las humanas nos pasa lo mismo. Tendemos a fijarnos solo en aquello que no nos gusta, que nos hace pequeñitas ante los demás, y achacamos que son precisamente ellos los que nos excluyen y nos hacen sentirnos menos capaces, menos buenas, los que no nos quieren y no dejan que nos queramos. Si realmente aprendiéramos a gustarnos, a valorarnos sin importar lo que pensaran los demás, descubriríamos una cosa alucinante: que les gustamos como somos; y si no, es que tampoco podemos ser del agrado de todo el mundo. ¿O acaso a ti te gusta absolutamente toda la gente que conoces?

Girl power

Yo, por ejemplo, no suelo salir de casa sin maquillar. Y no es porque otro piense que tengo la cara con manchitas o imperfecciones, sino porque yo me veo mejor, me gusto más, y eso se traduce en que me siento más capaz de todo y mi actitud pasa de querer pasar inadvertida a hacerme notar (en el buen sentido) Y no solo se reduce al plano estético, sino que podemos extrapolarlo a todo. Cuando por ejemplo estás en el trabajo se inicia un debate sobre algún tema… ¿no te encanta que sea sobre uno del que controlas y te sientes segura para defenderlo que sobre algo de lo que no tienes ni la más remota idea? Todo es cuestión de saberte poderosa, de actitud. Y la actitud, como imaginarás, se lleva por dentro; no vale darle esa carga a los demás y ampararnos en que son los escollos que nos hacen parar. Gústate, créetelo y cómete el mundo.