Casi siempre he estado gorda. Y siempre me he sentido gorda. Aún en las épocas en las que he conseguido llegar a un peso adecuado para mi, la realidad es que seguía sintiéndome gorda. Gorda como sentimiento. Siempre gorda no matter what.

He probado todas las dietas habidas y por haber, y aunque a corto plazo funcionan a largo plazo el resultado es el mismo: vuelvo a engordar. Algunos lo llamaréis efecto rebote, yo lo llamo putada.

Cuando vemos a una persona gorda lo rápido es pensar que la causa es que se mueve lo justo para no hacerse pis encima y/o que desayuna un paquete de donetes cada día. Lo fácil es achacarlo a falta de deporte, mala alimentación o una combinación de ambas.

Este pensamiento implica que el único culpable de ser gordo somos nosotros mismos, porque no hacemos el suficiente deporte o porque no cuidamos la alimentación. Entonces, siendo algo que está en tu mano, eres tú el que elige ser gordo, porque si no cambiarías tus hábitos para adelgazar.

Yo soy una tía que va a trabajar en bici, me meto dos clases de baile a la semana (de las de muchos saltitos) y voy andando siempre que puedo. Aparte de que me he comido más ensaladas que todas las flacas del mundo en su vida.

Es verdad que me encanta moverme (porque lo necesito) y las ensaladas me chiflan, pero llegó un momento en el que pensaba “¡Joder! Es una maldita injusticia ser gorda haciendo todo el deporte que hago y comiendo lo que como”.

De paso estaba hartaelcoño de ver historias sobre cómo una jamba lorzona había adelgazado 35 kg en 6 meses y ahora lucía unos abdominales estupendos. Me frustraba cosa loca ver que haciendo lo que yo ya hacía desde hace años —deporte y buena alimentación— otras personas conseguían resultados y yo no.

Daba igual lo bien que comiera, incluso lo poco que comiera. Hubo épocas en las que hacía una comida al día (una ensalada de lechuga y tomate, obvio). Y no adelgazaba ni un gramo. Además, me jodía infinito ver cómo hay flacos y flacas que se comen todos los bollicaos del planeta y están tan pichis mientras se tiran la tarde viendo Netflix.

Por otro lado, desde hace aproximadamente año y medio estoy en tratamiento psicológico. Mi psicóloga, dejando de lado que tengo un problema hormonal, me comentó que la grasa es una forma de protección del cuerpo. ¡Mi cuerpo se cubre de grasa para protegerse! ¡Mierdas negras! La grasa pone distancia entre el mundo y yo. La grasa acolcha el cuerpo. La grasa, en mi caso que tengo un recién descubierto miedo a los hombres, me sirve para no llamar la atención de los chicos y no sentirme una presa fácil.

Tiene todo el sentido del mundo que si mi cuerpo produce grasa como sistema de protección cada vez que adelgazo mi cuerpo diga “¡Hey, hey! No estamos nada protegidos” y ¡pimba!, otra vez a ganar peso.

Desentrañar las razones por las que mi cuerpo almacena grasa para protegerse es un trabajo que me está llevando tiempo (he descubierto algunas y sigo trabajando en ello). Pero tener esta información me está ayudando a aceptarme tal y como soy. A no envidiar a las flacas que se zampan un plato de espaguetti. A no juzgar a los demás. A apreciar más mi cuerpo y mi mente y a alucinar con cómo funcionan juntos.

Al fin y al cabo mi cuerpo está haciendo lo mejor que sabe para protegerme.

 

Rebeca Ruiz