Talla única. Dos palabras. Dos palabras capaces de desmontarte toooodos los esquemas tras entrar esperanzada en una tienda recién descubierta. Todo es muy cuqui, muy IN, muy al por menor.

Hasta que ZASCA te abalanzas sobre una prenda que te encanta y…y… ¿dónde se supone que está el tallaje? ¿hola? y vas, con toda tu cara de consternación, a preguntarle a la dependienta, que te contesta con una media sonrisa forzada y una pseudoexpresión de penurria: «lo siento, aquí las prendas son talla única».

Pones ojos de cachorro herido. Si ese día tienes el Mr. Wonderful subido, posiblemente te probaras algún modelito. Quizá hasta caiga la breva. Pero si no tienes el chirri para farolillos… media vuelta y adiós con la manita.

Yo he sido esa dependienta.  Tiendecita lovely al por menor, carne de centro de ciudad. Tallas únicas a tutiplén. Por devenires de la vida, terminé vendiendo una ropa en la que yo misma no cabía, pero mis muslos y mi booty entran en tallas bastante estándar como la 40 o 42. A veces, (OH BENDITO HyM) en la 38. Y aunque no estoy nada a favor de ese tallaje fascista, me vendí por una media jornada bien pagada.

Y lo he visto. He visto a señoras más agobiadas que un perro pomerania en agosto probándose prendas en las que no les cabían. He visto a chicas jovencísimas atosigándome para que les diera mi opinión, ávidas de la aprobación ajena. “Te queda bien la talla única, estás en el club”.

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He visto a mamis que acababan de serlo juzgar meticulosamente las estrías que algunos tops dejaban al descubierto, y apartarlos con expresión de tristeza. Lo he pasado bastante regular en un trabajo que no me representaba, pero…

La culpa de ese tallaje no la tenía yo. Y muchas señoras la han pagado conmigo cuando no debían. Si cada vez que hubiera dicho “yo solo vendo ropa, ni siquiera tengo acceso al distribuidor de la marca” me hubieran dado un euro, habría dejado ese empleo muchísimo antes. Yo solo tenía ganas de ponerles una mano en el hombro y decirles que eran preciosas, que no se dejaran cabrear por una talla estúpida, que encontrarían ropa mucho más mona en otros locales y que eran diosas en tierra. Todas y cada una de ellas.

Por motivos obvios, no podía hablar mal de la marca. Pero tampoco merecía miradas hostiles, ni palabras crueles, como si yo fuera la responsable de algo. Las entendía, claro que sí, maldita sea,  yo también he querido asesinar a la chica random de Inditex, que te ofrece una talla más con voz de praliné, desde su talla 36 y manicura perfecta. Pero ahora que he visitado “el otro lado” todo me parece distinto…aunque no menos cruel.

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Sé que son casos aislados, pero a lo largo del día tenía que lidiar con mucha gente y la situación se repetía a diario. Y era triste, ¿sabéis? porque, a fin de cuentas, todas estamos en el mismo barco. A todas nos sobra o falta algo, es lo que quieren los de arriba. Y nadie sabe las circunstancias de esa chica que está tras el mostrador.

La culpa no es de la dependienta.

Sororidad al poder ????

Clara Rivera.