Desde que pasé por la universidad y descubrí mi vocación con todas sus letras, creo que no tengo otro objetivo profesional en la vida -salvo, quizá, escribir un libro. Me explico:

Quiero ser profesora. Es más: quiero ser la de lengua. Desde pequeña siempre tuve esa inquietud, ese atender en clase y mirar fijamente a los ojos del profesional que se postraba frente a un pizarrón verde siempre sucio de polvo blanco (ni que fuera un camerino de estrella del rock) y, sencillamente admirarle. Quererle por su entereza cuando nadie le hacía caso, por su perseverancia cuando había que explicar el mismo concepto varias veces porque era difícil y no cabía en nuestros cerebros atrofiados por la televisión y el Club Disney (ay, esos sábados de madrugar para verlo).

Tuve grandes profesionales al frente de mis aulas. Prácticamente podría recordar algo bueno de todos ellos: este siempre sonreía, aquel tenía un estilazo para vestir, esa otra nos hacía reír en los días más jodidos…

Sin embargo, si hubo alguno que me marcó de verdad, esos fueron los profesores de Lengua y Literatura, que fueron capaces de hacerme amar la lectura y ver en ella una forma de escape, una guarida donde esconderme cuando todo lo demás me hacía daño. Gracias a los profesores que me hablaron de Cervantes, Lope, Galdós o Neruda, soy en gran parte quien soy hoy en día. Bueno, también le tengo que dar las gracias en ese campo a J. K. Rowling, cuyos libros he leído más veces de las que puedo recordar.

Estudié por ello lo que siempre se llamó Filología Hispánica, hoy Grado en Español gracias a Bolonia, donde conocí a profesionales aún más volcados en aquello que yo siempre amé.

Hasta este punto este artículo no parece venir a cuento con el espíritu de la página, pero hete aquí mi problema y mi miedo: estoy gorda. Lo he estado desde que me alcanza la memoria o, al menos, desde que mis hormonas empezaron a bullir y dejé de quemar todo lo que consumía. ¿Qué pasará cuando empiece a dar clases, si es que algún día puedo permitirme el Máster de Profesorado y nuestros queridos políticos abren plazas de oposición en la Escuela Pública?

anigif_enhanced-13666-1433384291-3

Quiero decir, ¿seré la gorda de Lengua? Yo he tenido profesoras gordas que eran La Gorda de Música, La Gorda de Mates. Yo no quiero ser La Gorda de no sé qué. Yo quiero ser yo. Yo quiero ser admirada por mis alumnos por mis conocimientos y mi forma de transmitirlos. Qué demonios, adoro a John Keating en El Club de los Poetas Muertos. Adoro a Remus J. Lupin. Adoro a la señorita Honey de Matilda. Esos seres maravillosos que se volcaron siempre a muerte (lo siento por la referencia, Lunático) con su alumnado para sacar lo mejor de cada uno de ellos, recibiendo el amor de sus pequeños proyectos de ser humano feliz: quiero que se pongan en pie sobre las mesas, que acaben con mi malvada tía Trunchbull o que consigan que me olvide del lobo que me persigue en mi interior: entiéndase la metáfora, ya que todos tenemos una tía Trunchbull o nos convertimos en horribles seres destructivos de vez en cuando, aunque no queramos.

Ay amigo...
Ay amigo…

Yo quiero ser todas esas cosas, pero no quiero ser recordada en las reuniones de alumnos 2030 como: Ah, sí, la gorda que nos daba lengua.

Sin embargo, tengo fe en las generaciones futuras, en que se acabe la gordofobia y que finalmente los jóvenes no juzguen a quienes les rodean por su aspecto físico: que se acabe el bullying entre compañeros, pero también hacia los profesionales que se vuelcan en rellenar esas cabezas que a veces se empeñan en seguir yermas y vacías. Voy a conseguir estar por encima de todo eso, voy a ser la fantástica profesora de Lengua que recordarán con una sonrisa en la cara, cuando les hice emocionarse leyendo algún pasaje de mis novelas favoritas o entender finalmente la temida sintaxis, o sencillamente adorar este fantástico instrumento que es la palabra.

Autor: Luly