Hoy he ido a una entrevista de trabajo. Es para ser teleoperadora en una de las grandes compañías de call centers que hay en Madrid. Ya he trabajado en alguna ocasión en cosas así y aunque no sea mi trabajo soñado, como estoy en paro, pues si me cogen genial y si no, pues a otra cosa mariposa.

He llegado muy pronto, como no sabía cuánto iba a tardar en llegar, pues he salido con tiempo suficiente de mi casa. El transporte ha ido genial así que he llegado con 24 minutos exactamente de antelación.

La empresa está en un complejo de oficinas que ocupa una manzana y en el centro de esta, antes de entrar al edificio de esta compañía hay una placita con una garita de seguridad en el centro. A los lados hay pequeños jardines rodeados de un poyete (o bordillo o pequeño muro o como lo queráis llamar, el caso es que todo parecía indicar que se podía usar a modo de banco para sentarse ya que no estaba a ras de suelo, sino de culo) y me he sentado ahí a esperar, en un lado, resguardada, no estaba en medio de la plaza. Me he puesto a mirar el móvil para pasar el rato antes de entrar porque por lo menos estaba al aire libre y no llovía, ya que si hubiese entrado en la empresa me habrían hecho esperar  en una sala.

No estaba fumando, ni drogándome, ni dibujando pentagramas en el suelo e invocando a Satán, solo estaba sentada con las piernas cruzadas haciendo tiempo con el móvil para entrar a hacer mi entrevista.

Todo esto os lo cuento para poneros en situación, para que os lo imaginéis, para que mentalmente me podáis ver ahí sentadita sin saber que a los cinco minutos me iba a pasar algo surrealista que me hizo llegar a mi casa llorando.

De repente, una mujer pasa a mi lado, camina en dirección a una puerta que hay enfrente pero se para, se gira y se me queda mirando, un par de segundos. Yo me la quedo mirando también porque, sinceramente, tal y como me estaba mirando, pensé que iba a preguntarme algo. Pero no, sin dejar de mirarme sigue su camino y yo sigo a lo mío, al móvil.

A los pocos segundos, a unos 2 metros y medio de mí (no sé, a ojo, muy cerca) una mujer con un tono muy imperativo está hablando y oigo :

“…no puede estar ahí… la gorda esa…”

Ladeo un poco la cabeza y veo que quien habla es la mujer de antes con una señora de la limpieza (interpreto que es una mujer de la limpieza por cómo va vestida, la típica batita con el nombre de alguna empresa serigrafiado y los típicos pantalones blancos ). No lo ha dicho bajito, no era un susurro, quería que yo lo oyera, con voz autoritaria.

Estoy todavía flipando y mirando a mi alrededor para ver si hay alguien más (pero no, estoy sola, soy el objeto del insulto) cuando aparece la señora de la limpieza haciendo el mismo recorrido y mirándome igual que la mujer anterior. Y al igual que la mujer anterior tampoco me dice nada. Como me siento terriblemente incómoda me levanto con intención de entrar ya a la empresa y esperar allí el tiempo que queda.

Pero justo cuando me estoy levantado aparece un guardia de seguridad.

Sí, hoy, en Madrid, en el año 2016, han mandado a un segurata a desalojar a una gorda de un poyete.

La conversación con el guardia de seguridad es la siguiente:

Guardia: Señorita, disculpe, pero no puede estar ahí.

Yo: Discúlpeme, pero solo estaba esperando un momento mientras se hacía la hora de una entrevista que tengo ahora.

Guardia: Ah ok.

Yo: De todas maneras, me gustaría decirle que las cosas no se hacen así. No hace falta tratar de humillar a nadie, ni insultar, ni que se movilicen tres personas para que una no se siente en un bordillo.

Guardia: No le entiendo señorita, que ha pasado?

(Justo miro a la garita y está la señora de limpieza con la cabeza agachada y la otra mujer mirándome desafiante)

Yo: (le explico todo tal cual lo he escrito antes)

Guardia: (Se queda blanco) Uhmmmm…ahhh…. pues disculpe, de verdad, de verdad. Perdón.

Me giro y me meto en la empresa. Tengo la cabeza en una nube. Soy una persona sensible, aunque con carácter, pero creo que en estas situaciones ni ser sensible hace que lo pases peor ni tener carácter te resuelve nada en el momento, creo que estas cosas te dejan noqueada, como si te hubieran dado con un bate en la cabeza.

Mientras ya estoy dentro de la empresa, sentada en un sillón esperando a que me llamen para entrevistarme ¡sorpresa! Aparece la mujer que me ha insultado hablando divertida con dos señores encorbatados. Así que me doy cuenta que trabaja allí y no es una trabajadora rasa, es una jefa o directiva o algo así. En lo único que pienso en ese momento es que, por favor, no sea ella quien va a entrevistarme, pero finalmente no es así.

Hago la entrevista como puedo, nerviosa, y con la cabeza en otra parte y cuando ya salgo de allí, en el autobús de vuelta a casa me llama mi chico, se lo cuento y empiezo a llorar. Llorar en el autobús, rodeada de gente ¡con la vergüenza que me da! Pero no lo puedo evitar. No tengo pena, ni estoy triste, estoy comidita de rabia.

Podría haber sido “esa chica”, “esa chica de pelo rizado”, “esa chica de pelo rojo”, “esa chica del abrigo gris”, “esa mujer tan guapa” (porque, que coño, soy guapa) “esa mujer que está ahí sentada”, incluso, para ser mas justos y como no había nadie mas, podía haber obviado hasta mi expresión de género, con decir “esa persona” hubiese bastado, pero no, he sido “la gorda esa”. Si hubiese ido en muletas hubiese sido “la lisiada esa”? Dicho con todo el asco del mundo, por supuesto.

Y como he sido “esa gorda”, ha sentido tal rechazo que no ha podido acercarse a mi como una persona normal y pedirme educadamente que me levantara, que en ese sitio no me podía sentar. Ha tenido que mandar primero a una mujer (la de la limpieza) de lo que ella considera, seguramente, una casta inferior como la mía a hacer el trabajo sucio y como a la pobre señora de la limpieza la habrá dado pudor o yo que sé decirme algo pues ya directamente que venga un hombre, un guardia de seguridad para que pase el trago de decirle a la gorda que tiene levantar su culazo del bordillo.

Han pasado unas horas y me encuentro estupendamente, a mí las penas se me van en cuanto me cago en todo varias veces y me doy cuenta de que soy una persona muy feliz con su vida, rodeada de gente que me quiere y me respeta, pero, ¿y ahora qué? Si por alguna razón, paso la entrevista y me llaman para trabajar, ¿de verdad quiero trabajar en un sitio donde se las gastan así? Pues a lo mejor, me puedo permitir, que sea que no.

Autor: Amaya V. García