Las amigas estamos para lo bueno y para la malo. Las buenas amigas nos ayudamos, nos apoyamos y nos queremos incondicionalmente y juntas somos capaces de superar lo que nos echen encima. 

Esto suena muy bien en la teoría, pero en la práctica no siempre es tan simple. Yo le fallé a mi mejor amiga en el peor momento de su vida y es algo que todavía no soy capaz de perdonarme, aunque ella sí me ha perdonado a mí.

Hace unos meses, en una revisión rutinaria, a mi amiga le dijeron que algo no estaba bien. Ninguno de nosotros estábamos preparados para afrontar la noticia, ni siquiera estábamos informados de lo que iba a pasar a continuación, y todo ocurrió demasiado deprisa. A mi amiga le diagnosticaron un cáncer de mama una mañana cualquiera, durante una revisión ginecológica, y aunque su médico era muy positivo, mis amigos, mi amiga y yo recibimos la noticia como un puñetazo en el estómago. Nos pilló tan de sorpresa que no pudimos reaccionar, nos quedamos helados.

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Hoy en día el cáncer está en boca de todos y creemos que sabemos de qué va, en qué cosiste, cómo se cura y qué cambios se producirán en un enfermo. Pero no es verdad. Al menos no lo fue en mi caso. Claro que sé lo que es el cáncer, he visto reportajes, documentales, películas, he leído artículos y todos conocemos a alguien que lo ha sufrido. Pero todo cambia radicalmente cuando te pilla muy de cerca. Cuando a una persona de tu entorno le diagnostican esta enfermedad te sientes completamente perdido. Cuando mi amiga nos contó, entre lágrimas, pero sonriendo, porque su caso tenía muy buenas expectativas, que le acababan de diagnosticar un cáncer y que debía empezar el tratamiento cuanto antes yo no estuve a la altura.

Yo me acojoné. No hay otra palabra que lo exprese mejor. No sentí pena, no sentí alegría por las esperanzas que le habían dado de que había muchas posibilidades de que se curase, solo sentí miedo. Me acojoné y me escondí. Desaparecí durante varios días porque estaba tan aterrada solo de pensar en la terrible experiencia por la que mi amiga iba a pasar que pensaba que no podría estar a su lado, porque solo sería capaz de transmitirle mis miedos y preocupaciones y, evidentemente, eso no iba a ser bueno para ella. La dejé sola en las primeras semanas de su tratamiento, ni siquiera fui capaz de mandarle un mensaje de ánimo o decirle que la quería. Huí de una situación que me sobrepasaba, sin tener en cuenta que mi amiga debía sentirse mucho más sobrepasada que yo.

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Fue ella la que nos mandó un mensaje a nosotros. Nos escribió un domingo para decirnos que, como ese día se encontraba animada, iba a salir a comer con su familia y después le encantaría tomarse un café con sus amigos. Y resultó que el día que más animada se sintió ella tuvo que aguantar a la acojonada de su amiga, que nada más verla, se echó a llorar.

Verla así desbloqueó todos mis sentimientos y los hizo salir todos a la vez. La alegría de verla, la culpabilidad por no haber sabido estar a su lado, la rabia por no entender por qué le tenía que pasar eso a mi amiga, y el miedo, sobre todo el miedo de no tener ni idea de lo que le estaba pasando realmente. 

Por suerte, ella es más fuerte que yo, y más valiente. Ella no solo superó su enfermedad sino que además estuvo a mi lado ayudándome a mí a volver a la normalidad. Ella era la que me mandaba mensajes a mí preguntándome cómo estaba. Ella me demostró ser la mejor amiga que podría imaginar mientras yo me enfrentaba al miedo de perderla. 

De Julia para su amiga Resu