En cuestiones sociales, y sobre todo en cuestiones de relaciones de pareja, sexuales o sentimentales de toda índole, ¿Se han parado a pensar, en que los puestos más altos en las listas de cualidades positivas o deseables, están ocupados por la sinceridad?

Según la RAE:

sinceridad.

(Del lat. sincerĭtas, -ātis).

  1. f. Sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento.

Sinceridad, no fingir, decir la verdad… ¿Cuántas veces nos hemos visto a nosotros mismos y a los demás pidiéndola o quejándose de su ausencia? Porque alguien que te dice la verdad te quiere, te valora, te respeta… ¿No?

Porque tenemos un porrón de refranes, de películas, de anécdotas citando claramente que decir la verdad es mejor, que nos engrandece como personas, que evita problemas, malentendidos, que a uno se lo quiere a menudo más por sus defectos, que la perfección no existe, bla, bla, bla…

Cuando alguien te miente, se convierte automáticamente en un ser despreciable; mentir es un acto que merma la confianza de una manera increíble. Es como una mancha en tu currículum de persona que deberás ocultar a toda costa a todo ser con la desgracia de cruzarse en tu camino.

¿Alguien se ha parado a pensar en si nosotros queremos a las personas que nos dicen la verdad? ¿Sí? Seguramente… ¿TODOS? Ahí viene el dilema.

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Cito un ejemplo que me vino a la memoria:

Había yo tenido algo con un chico que me gustaba, habíamos hablado de complejos, inseguridades, etc. (tanto míos como suyos, claramente y de un montón más de cosas geniales). Y tras un breve lapso guay, hizo bomba de humo ninja. Una, que es una mujer sincera que no espera que le lean la mente, va donde el susodicho a preguntarle qué coj**… digo cuál era el problema, y dicho ente le espeta: “Es que eres una insegura”.

A mi él no me parecía perfecto, en el tiempo que nos conocimos conté bastantes defectos, de hecho, pero aquello para mí no era un problema. Porque la gente tiene defectos, YO también tenía defectos, de modo que me considero una firme amante de “la verdad”. Pero por el contrario, el que me tachara de “insegura” como único motivo, significaba que ese único punto “negativo” sumido en un montón de cosas que le fascinaban, era suficiente como para hacer que se desplomara el castillo de naipes.

Frustrada y agobiada con una sensación de “injusticia” a mis 25 años, fui a hablar con mi madre. Ella se limitó a escuchar toda la historia con paciencia y a soltar, con una firmeza y ¿quizás cinismo? Una única palabra: MIENTE.

Aquello viniendo del miembro de una pareja de unicornios que se adoran desde hace treinta años, me dejó descolocada; pero ella siguió:

Aunque te sientas lo puto peor, miente. Compórtate como si fueras el premio gordo de la loto, no hables de nada que no sea alegre, como parezcas normalita, te apalean

Mi mejor amiga, en otra oportunidad: “Ay, tía, es que tú conoces a alguien que te gusta y te ilusionas

¿Sinceridad, ilusión? ¿No se suponía que eso era el amor?

Ahora resulta que no puede hacerme ilusión conocer a alguien, y que tampoco puedo dejar que vea cómo soy. Tengo que ir por la vida como si fuese una piedra con la que me he tropezado, mientras lo encandilo con una fachada muy, muy bonita, y cuando se haya confiado y esté deprevenido, quizás no huya al descubrir que debajo de todo eso hay una… ¿persona? ¿Soy la única a la que esto le crea una imagen mental de un pescador con un cebo de esos de plumitas? ¿Eso queremos para nosotros mismos?

No, por supuesto que no. Nosotros queremos que nos digan la verdad.

¿Pero entonces por qué la multitud corre detrás de lo más “bonito”? Nos cansamos de hablar de gente falsa, de humo y espejos, y de lo despreciable que eso nos parece; pero nos plantan algo delante que, sin ser perfecto está muy bien, y nos falta tiempo para quejarnos. Es como ver un currículum maravilloso, y desecharlo porque “aunque es mon@, no me acaba de convencer la forma de su nariz”.

Soy algo acomplejada, un poco quejica, vacilo al tomar decisiones aunque no suelo arrepentirme de ellas, a veces no pongo todo el interés de debería en algo que no me llame la atención, gasto una 42 y eso no me tiene muy contenta… pero también soy graciosa, inteligente y ocurrente; y GUAPA, empática, leal, una gran amiga, interesante a rabiar (hola, abu).

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Y además de todo eso, no quiero sentir que soy un plato con pepinillos (esos incomprendidos) en la carta de un restaurante, y siempre he sido sincera conmigo misma sobre todo: “esto me encanta”, “esto no”, “No, Flor, admite que no vas a echar tres horas diarias de gimnasio, mejor hora y media y al menos vas”. Desde luego no cuestiono las preferencias de los demás, pero me frustra que las personas no tengan los coj**** de admitir ante sí mismas que prefieren que les mientan, y que les doren la píldora; en lugar de ser los adalides de la sinceridad… QUE LA GENTE SE LO CREE, Y LUEGO PASA LO QUE PASA.

Autor: Flor Igielski