Ayer mi sobrina me hizo pensar qué estamos haciendo con la infancia de los niños. A sus 6 años, coge el teléfono, descarga aplicaciones y les da más y mejor uso que yo. Y sólo son 6 años. Me hizo viajar a mi infancia, a mis seis, de los que apenas hace dos décadas, y recordar que por aquel entonces cuando daban las cuatro de la tarde los niños salíamos a jugar a la calle antes de que cayera la noche. Los deberes, en invierno, se hacían cuando anochecía a eso de las seis de la tarde; y la televisión, con suerte, se veía a partir de las siete si habíamos hecho la tarea rapidito.

A principios de los años 2000 empezaron a entrar en los hogares las temidas maquinitas. Una década después el raro era el niño que no tenía un móvil a los 10 años. Los niños de hoy son tecnológicamente hablando muy competentes. En nuevas tecnologías todos sacarían un 10, en juegos de la infancia un 0.

A mí personalmente me entristece esta forma en la que hemos dejado que la tecnología llene sus vidas y, sobre todo, su infancia. Es un hecho obvio que hay que dejar que estén alfabetizados digitalmente hablando, pero en ese proceso les hemos quitados sus años de juego. Buscar culpables a estas alturas es absurdo, evitar que la tecnología entre en las casas una locura. Y a pesar de todo debemos sentirnos responsables de haberles quitado parte de esa infancia, de haberles dado en muchas ocasiones una maquinita antes de enseñarles a salir a la calle a jugar a fútbol, a la comba o los cientos de juegos con los que pasábamos los días aquellos niños que no supimos lo que era una Game Boy hasta años después de la Primera Comunión.

En mi infancia, lo más parecido que había a una Game Boy era esa máquina que comprabas en los bazares por 300 pesetas donde se jugaba al tetris. Ahora lo más parecido al tetris es el Candy Crush. Las generaciones cambian, sí, pero la irrupción de la tecnología ha hecho que esos cambios sean drásticos y en muy poco tiempo. De la generación de los 80 a la de los 90 no hubo grandes cambios: mismos juegos, parecidos juguetes; de la de 2014 a la de 2016 sí. La tecnología cambia casi a diario, y las formas de vida, la manera en que cada niño vive su infancia, también.

Puede ser que todavía no sea demasiado tarde para las generaciones más pequeñas, que entre clase y clase de extraescolares podamos buscarles un hueco para salir a jugar con los vecinos del barrio, si es que los conocen. También hemos fallado en esto, nos hemos desconocido. Con suerte conocemos a los vecinos de nuestro propio bloque.

A mi sobrina, por suerte, le ha quedado algo de infancia en el pueblo. Suena típico, pero es cierto que en los pueblos, y más si son pequeños, la vida transcurre más despacio. Allí todavía quedan niños que disfrutan de la infancia como antes, que salen a jugar a las calles los fines de semana, que mantienen algunos juegos tradicionales y que dejan de lado televisores y maquinitas para pasar un rato con los vecinos de las calles de los alrededores. A fin de cuentas y hasta no hace mucho, una cuerda y una pelota bastaban para pasar la tarde.

Laura Romero