Levantad la mano las que habéis escuchado el cuento de la lechera. Cuantas habéis planeado vuestra vida al dedillo: desde el puesto de trabajo perfecto hasta a qué edad os gustaría tener vuestro primer hijo. Que levante la mano quienes han visto a sus padres cumplir sus objetivos a edades tempranas y han pensado “yo haré lo mismo”. Y ahora, que levante la mano quien se ha dado cuenta, con los años y más de una hostia, que todas esas expectativas e ideales no siempre se cumplen.

Desde que soy pequeña, he recibido mensajes del tipo “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, “con trabajo y esfuerzo todo llega” o “tengo que ser X antes de los treinta porque sino habré fracasado”. Y durante mucho tiempo esos mensajes calaron tanto en mi, que me los creí en profundidad y pensé, de verdad, que lograr ciertas cosas a ciertas edades era SER FELIZ (así, en mayúscula). Esperaba que, tras mucho esfuerzo, sacrificio, sudor, sangre y lágrimas, todas esas expectativas que había mamado desde niña iban a cumplirse y que yo iba a responder a ese modelo vital ideal.

Sin embargo, y como a muchas os habrá pasado, me hice mayor y se me vino la vida encima. Empecé a esforzarme, a veces sin resultado. Comencé a recibir más rechazos que puertas abiertas. Descubrí que tener independencia, libertad y familia era caro y que, desde luego, antes de los treinta iba lidiar con más frustraciones que alfombras rojas. Y no os voy a engañar, ha sido duro. Durísimo.

 

No nos enseñan a fracasar. No nos dicen que puede que todo aquello que deseamos se quede en sueños y poco más. No nos dicen que la vida se puede hacer bola y que el camino está repleto de piedras en las que tropezar (y que el suelo está lleno de gravilla que se clava y hace pupa). No nos dicen que hay un millón de opciones a nuestro alrededor y que todas tienen parte de sueño y parte de pesadilla. Y sobre todo, no nos dicen que la felicidad de cada uno no depende de un estándar generalizado del concepto de ÉXITO y de vida plena. 

Pero ¿sabes lo que no nos dicen y sí es importantísimo saber? Que no pasa nada si las cosas no salen como queremos o si lo que queremos, no responde al maldito estándar. Y por eso, quiero decírtelo yo. No pasa nada si has llegado a los treinta y no tienes una vida digna de cualquier protagonista de película de Netflix. Van a rechazarte, van a decirte que no puedes y es normal sentirte mal y, a veces, querer desistir. Es normal enfadarte con la vida y dar cincuenta millones de tumbos hasta descubrir que quieres de ti y de todo lo que te rodea. No hace falta tener una hipoteca, tres niños, un matrimonio satisfactorio y ser una bussiness woman para ser perfecta. 

No debería existir más expectativa que la de tener una vida plena, siendo tu quien elija que es lo que hace satisfactoria tu vida y no un modelo impuesto que solo sabe asfixiar. Porque estoy segura de que, si a la lechera le hubiesen dicho que la tinaja podía romperse, entonces hubiese ido con más cuidado, hubiese probado otras rutas o, simplemente, hubiese disfrutado del camino y no de la maldita meta. Porque como dijo Oscar Wilde, “la experiencia es el nombre que le damos a nuestras equivocaciones”. 

 

Rocio Torronteras (@soyrociotor)