Ni la letra de la hipoteca, ni la declaración de la renta. Si hay algo a lo que los padres tenemos auténtico pavor de enfrentarnos, es a las preguntas de nuestros hijos. No a todo tipo de preguntas, por supuesto. De tanto escucharlas, tenemos ya puesta una coraza hecha de paciencia cada vez que nuestro dulce retoño nos lanza sus armas de destrucción masiva, en forma de “¿Por qué?” y de “¿Cuándo llegamos?”. Al fin y al cabo, en su momento nosotros atormentamos a nuestros padres con las mismas cuestiones, así que ahora la vida se cobra su peaje por boca de nuestros hijos.

Pero, ¿y las preguntas sobre sexo? Todos los padres y madres, en mayor o menor medida, hemos hecho propósito de educar a nuestros hijos desde el cariño, el respeto y la sinceridad. Si te preguntan dónde está el abuelito que ya falleció, haces de tripas corazón y te quitas el nudo de la garganta para explicarles por qué no le volverá a ver más. Pero como se les ocurra preguntar de dónde vienen los niños, sientes bajo tus pies un terremoto que se sale de todas las escalas de medición sísmica. Ese momento de la primera pregunta relativa al sexo marca el final de la inocencia… de los padres. No es fácil salir airoso de esa situación, y mientras tratas de recomponer la cara y de ignorar el sudor frío que de repente te ha cubierto todo el cuerpo, intentas evitar toda mención a cigüeñas, repollos y a París.

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Cuando yo era un niño, todo esto era mucho más sencillo: esas preguntas no se hacían. Aparecer en la televisión un cuerpo desnudo o una escena de cama, y que mi padre cambiara de canal, era todo uno. Le vino como anillo al dedo la primera tele con mando a distancia, porque poco después desembarcaron las privadas, con las Mamachicho y demás para desesperación paterna. Menos mal de mi madre, y del colegio. Aún recuerdo el primer año que en clase de Ciencias Naturales estaba incluido el tema de la reproducción. El último día antes de las vacaciones navideñas, nuestro profesor de Naturales tomó el libro y nos dijo: “Para no perder tiempo, que vamos algo retrasados con el temario, el siguiente tema lo estudiaréis en casa con vuestros padres. No entra en el examen”. En casa, mi madre cogió el libro, lo hojeó, lo cerró, y se sentó a mi lado para tener conmigo LA CHARLA. Como decía, menos mal de mi madre.

Una pareja de amigos míos son profesores de educación primaria, y tienen una hija de siete años. Hablando con ellos sobre el tema, él opina que los tiempos han cambiado mucho, y que ahora las cosas no son como en nuestra infancia. Yo le doy la razón, pero al mismo tiempo le cuento que la primera vez que apareció una escena de cama estando mi hija delante de la televisión, no pude evitar el impulso de coger el mando a distancia y cambiar el canal (“Oh, no. Me he convertido en mi padre”). Pero sé que quiero cumplir el objetivo que me impuse de hablar sin tapujos con ella, de cualquier cosa que ella necesitara. Espero no flaquear la próxima vez.

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Mi amiga me dice que ella imparte clases a niños y niñas de quinto y sexto, y en contraposición a lo que dice su marido, señala que son todavía todos muy puritanos: “cuando oyen las palabras ‘tetas’ o ‘culo’, se esconden detrás del libro de texto”. Como en el recuerdo de mi infancia, el próximo tema que tiene que impartir es el de la reproducción. Al empezar el tema actual, les recordó que ya estaba al caer “el tema 4”, y que ya podían empezar a escribir y recopilar todas las preguntas que quisieran hacerle al respecto. “Pude ver como las veinte y pico caras se iban poniendo cada vez más rojas. Les subían los colores como si fuera una escena de dibujos animados”.

Rosa Eva también es profesora, en un colegio de educación especial, y es logopeda y educadora sexual. Su hijo Iván, de trece años, estudia 2º de la ESO, le gusta el fútbol, y habla con normalidad de sexo con ella desde siempre. Iván opina que lo ha tenido fácil, porque en casa nunca ha hecho falta un motivo para hablar de sexo, “como tampoco lo hay para hablar de las nubes si está nublado”. Explica que para Rosa Eva, tienen la misma importancia en su escala de valores un día nublado, que el ciclo del agua, o explicar cómo es un orgasmo.

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Como padre, puedo aprender de ellos algunos consejos que me pueden resultar muy útiles. Por ejemplo, que hablar de sexo ha de ser algo cotidiano, sin horarios ni calendario. No es buena idea esperar a que mi hija me pregunte, yo puedo ser el que saque el tema. Como le dije a mi amiga profesora, en cuanto se prenda la mecha sus alumnos irán perdiendo la vergüenza y se sentirán más cómodos para hablar con ella. Pues lo mismo he de propiciar yo. Eso sí, nada de enrollarme (eso me va a resultar muy difícil, me temo). Ah, y algo importantísimo: se habla igual a un niño que a una niña.

Rosa Eva admite que a todos los padres nos cuesta hablar de sexo, pero para los niños es algo muy natural. Por eso cree que lo mejor es responder a sus preguntas de la manera más natural posible. Y que no hay por qué esperar demasiado para comenzar a hacerlo, ellos empiezan a hacer preguntas a los 2 o 3 años. “Un día Iván me preguntó, de sopetón, cómo era un orgasmo. Al principio me quedé sin palabras, porque ¿cómo explicar qué se siente durante el orgasmo? Así que hice un trato con él, mientras él acababa sus deberes yo preparaba la cena, y cuando él hubiera terminado, yo ya estaría lista para explicárselo”.

Rosa Eva también apunta al enorme riesgo de que nuestros hijos asimilen información errónea, en estos tiempos donde la hipersexualización campa a sus anchas y la genitalidad se impone como medio de expresión cotidiano. Y recuerda un momento que supuso un punto de inflexión para Iván y ella: “Hablando con sus amigos, Iván se dio cuenta de que ellos no hablaban de sexo con sus padres, y no tenían ni idea. Le propuse organizar una merienda en casa para que pudieran venir a hablar, pero me respondió que no teníamos sillas suficientes para todos, y que por qué no escribir un libro. Así que nos pusimos a ello”.

Y así lo han hecho. Madre e hijo aportan sus puntos de vista, él desde un tono más fresco y ella de una manera más formal, en su libro Anda… Que te tenga que enseñar yo a hablar de sexo. Por sus páginas pasean la masturbación, el orgasmo, la homosexualidad, la regla, los condones, los óvulos y los espermatozoides con toda naturalidad. Y el amor, sobre todo el amor. No en vano Iván apunta como una de las reglas que los padres debemos conocer cuando hablamos de sexo con nuestros hijos que “El decir ‘Te quiero’ también se aprende”. ¡Hija mía, ven aquí, que tenemos que hablar!

Autor: Fonso

Créditos fotográficos: Rubén Casado