He tenido que ser madre para darme cuenta de cómo le tuve que partir el corazón a la mía.

Creo que tendría 9 o 10 años, no lo recuerdo, pero un día llegué a mi casa e informé a mi madre de que Yo, era horrorosa. Imaginaros la cara de mi pobre madre. Su hija pequeña, sin pestañear ni montar ningún drama al respecto la informa de que es horrorosa, como quien le dice que la nocilla es dulce.

HORROROSA, y no recuerdo ni de donde ni por qué saqué yo esa conclusión. Porque podía haber dicho que no era guapa, que era normalilla, que era riquiña, que era feílla, o fea, o muy fea. Pero no, yo dije de mi misma antes siquiera de haber entrado en la pubertad que era HORROROSA. Y se lo dije a mi madre porque la pobre no se había dado cuenta de que tenía una hija horrorosa. La pobre andaba por ahí feliz en la ignorancia pensando que su niña era lindísima, siempre con la sonrisa en la boca, y siempre tan cariñosa.  Se lo dije para sacarla de su error, no por otra cosa. Y lo dije sin dramas porque a mi ser guapa me importaba un pepino. Al fin y al cabo no era algo que yo pudiese gestionar, ni trabajar , ni en lo que me apeteciese nada esforzarme.

Pero ahora que la madre soy yo, me parece muy duro que una niña pudiese pensar así tan pronto, y me preocupa cómo gestionar el tema de la belleza para que no se me plante un día mi hija a informarme de que es horrorosa.

Como parte de su camino hacia la independencia nuestra hija toma cada día muchas pequeñas decisiones. Dentro de esas decisiones está la de cómo quiere vestirse,y poco a poco gana autonomía decidiendo qué ropa le gusta comprar, cómo quiere llevar el pelo y cómo va a vestirse cada día.

Hablando de esas decisiones, un día que íbamos caminando a hacer recados le pregunté si ese día se sentía guapa. Estaba radiante, llevaba unos vaqueros azules y una camiseta de rayas que acentuaban mucho lo morena que estaba. Y además el pelo le brillaba muchísimo al sol. Había escogido llevarse su bolso con cosas para dibujar y algún juguete y me había pedido una coleta alta con lazo que evidenciaba lo largo y bonito que tiene el cuello.

La respuesta fue demoledora: me dijo que NO. Le pregunté que cuándo se sentía guapa y me contestó que en una boda que habíamos ido hace unos días. Me llamó la atención su respuesta porque ese día fui yo la que escogió su ropa, y aunque ella participó en la elección y compra de su vestido no pareció muy ilusionada en todo el proceso. Así que seguí preguntando que por qué ese día se sentía guapa. Y la respuesta que me dio me dejó pensando desde entonces: porque todo el mundo me dijo que estaba muy guapa.

¿Así que con cinco años su concepto de belleza ya está en la opinión de los demás y no en ella misma? Ya? YAAAAAAA?! Yo recuerdo haber pensado ese día que estaba muy guapa, pero también la preocupación de si estaría cómoda así. Y que ni en broma la llevaría así todos los días, porque no podría jugar con libertad.

Le dije que me parecía que estaba muy guapa ese día, pero también muchos otros de ese verano. Le hablé de lo guapa que estaba cuando consiguió hacer una caminata con nosotros que la llevó a la cima de una montaña. Despeinada, sudada y muerta de hambre al llegar pero superorgullosa de conseguirlo. Y de lo bien que se veía cuando corría con su prima por la playa y las dos acababan completamente cubiertas de arena. De lo mucho que me gustaba mirarla cuando estaba absorta en los cuentos que le lee papá haciendo voces, tan concentrada en entender y tan risueña. Le conté también que me la comería cuando le dan esos ataques de risa incontrolable al ver las trastadas que hace mi ahijada, aún bebé. Y de lo que me gusta su cara de concentración justo antes de saltar a la piscina en sus clases de natación.

Comenzó a reírse al acordarse de todo eso y me paró en la calle. Me agarró la cabeza para asegurarse de que la estaba mirando bien y me dice: a mi si que me parece que tú eres guapa mamá.

Así que mami, no te preocupes más. Que soy guapa, que me lo creo, ¡que me lo ha dicho tu nieta!

Carme Casado