Hace doce años saqué de mi vida a mi grupo de amigas del colegio. Llegó la universidad y eso, unido a que mantenía una relación casi a distancia con mi pareja, hizo que nos fuéramos separando. Cuando cada una iniciamos nuestros estudios, notaba que cada vez era más difícil quedar (yo, «de letras», parecía tener mucho más tiempo que ellas para salir de fiesta), que sí sacaba tiempo para ir a verles a sus facultades pero no que notaba reciprocidad. Esto, junto con el hecho de que hice amigos nuevos en la carrera con los que salía todos los fines de semana y que empecé a salir con mi pareja (que vivía lejos) y los findes me apetecía estar con él, hizo que las quedadas con mi grupo de amigas se fueran distanciando. Aún no había llegado WhatsApp a nuestras vidas y bien por abandono o por dejadez por ambas partes cada vez hablaba menos con ellas.

Friends

Todo ello se traducía en que las pocas veces que conseguía quedar con ellas al mes para mí era más una imposición, un «ya toca que la última vez me libré», una renuncia a hacer otro plan que me parecía mejor, más que una apetencia. Además, en esas quedadas notaba que un mundo nos separaba, que para mí era un «toca ponerse al día» pero que notaba que el tiempo había pasado (no digo que pase siempre, tengo amigas de aquella época con las que puedo llevar meses sin verme pero siento que el tiempo no pasa cuando nos juntamos) Y ojo, que no las culpo en exclusiva cual mujer despechada, quizás fuese yo la que tenía que lidiar con demasiados compromisos (nuevo grupo de amigos o novio), la que se convirtió en esas que dejan de lado a las amigas cuando se hecha pareja, o quizás no supe hacerles ver que me sentía un poco dejada de lado cuando me hacían las cositas de «es que tú estudias periodismo y puedes sacar tiempo para salir o venir a comer con nosotras». Sea por lo que fuera, un día me despedí de ellas (por email, como las malas rupturas) y nunca más se supo. No me arrepiento, mi yo de 20 años (la de hace doce) pensó que era lo mejor y con el paso de los años tampoco le he dado más vueltas (supongo que si las hubiera echado en falta, habría vuelto a escribirles)

Bye

El caso es que hace unas semanas, por un tema personal de una amiga en común, coincidí con una de mis amigas de aquel grupo. De hecho era con la que más antigüedad «amiguil» habría tenido (y ojo, que siendo gorda, redicha y con aparato no fue fácil llegar a tener un grupo de amigas en el que sentirse aceptada – #yo.nunca.hice.de.spice.girl.en.el.festival.del.cole) Obviamente, como personas adultas que somos, nos saludamos, nos acercamos y estuvimos charlando un rato. Lo bueno es que como yo iba con mi peque, eso siempre da tema de conversación (éste es mi hijo, se porta bien, come estupendamente…) así que dentro de lo forzado de la situación, fue mejor de lo que me esperaba.

Desde entonces, pese a que no le doy demasiada importancia a lo que ya me he perdido (viajes, bodas, momentos malos, buenos…) sí que pienso en cómo sería haber continuado madurando junto al grupo con el que has crecido: ir a sus despedidas de soltera, tenerlas en tu boda, anunciar tu embarazo, que te digan que han encontrado una pareja… Son situaciones que he vivido con otros grupos de amigos que he ido incorporando después a mi vida (que a la vez forman los mejores tíos no carnales que podría haber soñado para mi hijo) pero que no he tenido con gente con la que has compartido primaria. ¿Me arrepiento de haber «cortado»? No, si en su momento así lo hice es porque me sentía fuera de lugar. Pero es inevitable pensar en ese «cómo sería».

Desde entonces he fantaseado qué pasaría si me las volviera a encontrar. ¿Cómo sería la vida después de un paréntesis? ¿Habrán pensado en mí alguna vez? – ojo, bueno o malo. ¿Hay amistades que resurjan de sus cenizas? ¿Sería ahora diferente? ¿Tendríamos algo que aportarnos mutuamente? Y una parte de mí, tiene curiosidad, ¿no es acaso normal? Para eso somos seres humanos. Hay tantísimas preguntas que esto bien merece un programa entero de Iker Jiménez.