¡Hola Weloversizers!

Hacía tiempo que rondaba por mi mente la idea de escribiros. Esta es la primera vez que me lanzo. La razón salta a la vista: estoy gorda. Incluso podría decir que soy gorda, pues esta complexión me acompaña desde la adolescencia, lo que viene siendo más de la mitad de mi vida. No, no hablo de tener barriguita, cartucheritas o mollitas. No hay nada en mi orondo ser que pueda rematarse con un diminutivo. Soy un centro gravitatorio en mí misma. Resisto bien las embestidas del viento… y todo tipo de embestidas en realidad. Soy sólida y esto tiene sus ventajas.

Ya que en esta vida hay que demostrar las cosas, tengo papeles que demuestran que soy una gorda tan documentada como veterana. Constan en mi currículo diversas visitas al endocrino, aunque si un endocrino me ha marcado fue aquel que un buen día me subió a un artefacto y luego me analizó como si se tratara de un cerdo despiezado en una charcutería: tanto por ciento de agua, tanto por cierto de grasa, tanto por cierto de hueso y tanto por cierto de, ojito, carnes magras. Adoré la expresión y la retuve para siempre.

Ese día descubrí que soy la orgullosa propietaria de un aparato locomotor que pesa 54 kilos, lo que hace que ya sólo mi aparato locomotor pese más que algunas amigas de mi estatura sin despiezar. Pese a poder afirmar con tanto o más derecho que Garfield mi condición de«ancha de huesos», se me diagnosticó de aquella una «obesidad tipo II». Si subiera un escalón más me caería la etiqueta de «mórbida» que es una palabra todavía más rotunda que «gorda», pues las esdrújulas añaden consistencia a cualquier concepto. Al fin y al cabo las esdrújulas son las gordas del simpático mundo de las palabras.

Como gorda veterana, me identifico con muchas de las experiencias que otras han relatado aquí y me puedo permitir incluso el lujo de poder decir a las gordas (no gorditas, gordas) más jóvenes que al menos ahora es más fácil conseguir ropa que hace quince años. Colecciono demasiadas experiencias frustrantes en probadores de aquellos años aunque lo más humillante que me sucedió fue que en una ocasión mi abuela (sí, habéis leído bien) tuviera que prestarme un bañador porque no había manera de encontrar uno de mi talla. Vamos, el clásico bañador negro de cuello vuelto. Imaginad lo de puta madre que le sentó esto a mi yo de menos de veinte años.

Otra experiencia que creo que muchas tenemos es la de vivir nuestro porte esférico como una lacra por la que merecemos sufrir todos los castigos del infierno. Eso sí, nos desean todos estos castigos desde la más honda preocupación por nuestra salud (dicen). En el imaginario colectivo de muchas personas los gordos somos seres que nos alimentamos de bocatas de nocilla con chorizo y nos pasamos la vida como setas en nuestro sofá. Esta gente no tiene ni idea de todo lo que podemos saber de nutrición y deporte. De hecho, la gente más documentada que he conocido yo en nutrición y deporte está objetivamente pasada de peso. Esto les resulta tan sorprendente a los profanos como saber que follamos satisfactoriamente y podemos tener relaciones sentimentales igualmente satisfactorias.

Volviendo al asunto de la ropa abuelística para gordos y gordas, pasaron los años y aumentaron las tiendas de ropa para tallas de cierto tonelaje. Pudimos ver más variedad de diseños, más colorido, escotazos, minifaldas… ¡una revolución! Aunque yo lo que más agradecí fue la aparición de las camisas con cremallera, la reaparición de los leotardos (ahora leggins) y los jegging (vaqueros+ legging). Muchos botones han saltado de camisas y vaqueros antes de estos felices inventos ¿verdad?. Durante años tuve que apañarme los vaqueros enganchando las cremalleras a los botones con clips abiertos porque, a la que me descuidaba… ¡bragueta abierta!.

Pero no todo han sido buenas noticias. Sería de agradecer que todas las tiendas de ropa tuvieran secciones más generosas de talla. Es una cuestión de no sentir tanta marginación. No se puede salir de franquicias tranquilamente con otras personas; los gordos y gordas todavía tenemos que ir a comprarnos la ropa aparte.

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También sería de agradecer que desapareciera otra moda horrorosa, al menos desde mi punto de vista: las camisetas y vestidos de gorda con cara-de-tía-buena-adjunta- impresa-bien-grande. Pensaba yo que sería algo transitorio, pero pasan los años y esas prendas se siguen vendiendo y llevando por la calle, prendas además que no veo llevar a las flacas (perdón, perdón, no se dice flacas, se dice mujeres en normopeso). Llamadme mal pensada o lo que sea, pero la ropa está para hacernos buenorras a nosotras, no para que la gente se fije en la buenorra de la foto desmereciendo a la mujerona que lleva la prenda.

Encima, no sé si es que estoy yo muy desconectada del mundo rosa, que lo estoy, pero casi nunca tengo puñetera idea de quién es la mujer que han puesto en la prenda, así que, si esto os pasa a las demás, ni siquiera el fanatismo justificaría los cara-de-tía-buena-adjunta porque luego a la tía-buena-adjunta ¡no la conoce ni la madre que la parió!.

Chicas, ni puñetero caso a esa ropa. No os rindáis con lo primero que sea de vuestra talla. Buscad la ropa que os guste. Que os miren a vosotras, no a la de la camiseta.

Gordos y gordas, complejos fuera. Hay que empoderarse, por más que odie este anglicismo aterrador. La báscula sólo da un número. La gente juzga porque nuestra gordura salta a la vista, mientras que otros vicios y problemas de salud no saltan tan fácilmente a la luz. Además, muchas personas de autoestima pequeña necesitan humillar a otros para sentirse superiores. Ni puto caso. Coged el adjetivo de «gordo» o «gorda» y que os sirva como escudo. Nada en él ha de tener el poder de dañaros. Nada en él dice quiénes sois como personas. 

¡Un beso gordo de una gorda agradecida!

Silvia M.

 

En las fotos: Melissa McCarthy