Os voy a contar mi primera vez en la fotografía erótica y cómo se convirtió en una de las experiencias más empoderantes que he tenido.

Finales de 2018. Pierdo la virginidad y acaba resultando un follodrama de manual. Entro en un bucle de ansiedad y rechazo a las relaciones sexuales. Llego a un punto en el que llego a creer que lo mejor es reprimir las ganas y vivir en el celibato. Sí, hija, sí, hasta ese punto…

Pero llega mediados del 2019. Me pilla en un viaje en grupo. Iba con nosotros una chica, estudiante de fotografía, que estaba haciendo un trabajo sobre sexualidad y discapacidad. Las fotos que tenía eran bastante inocentes: miradas, caricias, muestras de afecto… Pero a un chico y a mí nos pide una sesión más subida de tono.

El muchacho y yo nos quedamos en ropa interior. Bueno, ropa interior… Yo iba con sujetador y pañal. Porque una servidora necesita pañal. Que seguro que piensas que eso es cargarse por completo el ambiente, que no hay sensualidad ninguna… Voy a hacer un inciso: vivimos en una sociedad muy cruel con los cuerpos no normativos. Oirás mil veces un sinfín de comentarios que te provocarán miedo y vergüenza. Pero si en un determinado momento consigues sentirte como una diosa, que nada ni nadie te robe cómo te sientes. Si nadie te venera, venérate tú.

Lo primero que me llamó la atención es que no sentí ningún pudor. No me daba miedo. Al contrario, me estaba sintiendo bien. Tener al chico conmigo no me estaba suponiendo ninguna amenaza. Me apetecía jugar, atreverme…

He ahí lo segundo que me llamó la atención. La fotografía requería de juego, imaginación y creatividad. Claro, amiga, no vas a hacerme 50 fotos iguales… Necesitas cambiar de posturas, captar emociones y sensaciones nuevas y diferentes en cada foto, utilizar espacios nuevos. De repente, conforme juegas con la cámara, te vas sintiendo cada vez más valiente, más fuerte, más diva. Llega un momento en que tu discapacidad, tu pañal, tus cicatrices, tu “lo que sea”, desaparece.

Y llegamos al tercer gran descubrimiento de aquel día. Todos aquellos elementos tan feos, tan negativos (mi pañal, mis cicatrices…) resulta que ni eran tan feos ni tan negativos. Eran feos y negativos porque en mi mente y en mi interior así lo había decidido toda la vida. Aquel día, mis cicatrices invitaban a cualquiera a jugar. Mi pañal no era más que ropa interior hecha con otros materiales. Todo cobró un significado totalmente nuevo. 

Por último, tras una hora de sesión, descubrí que mi vida sexual no había muerto, solamente había cambiado. Que quizá necesitaba ampliar horizontes, redescubrirme a mí misma y buscar mi placer y mi felicidad sin imponerme un sexo convencional que me hacía más mal que bien.

Respecto a la ansiedad, pedí ayuda. Querida lectora, si el sexo o cualquier otro ámbito de tu vida te genera ansiedad o malestar, pide ayuda profesional.

Mía Sekhmet