​Tengo 30 años y ya no soy una niña, obviamente, pero me siento vulnerable como si lo fuera porque mi tío me acosa y no sé cómo pararlo. No lo he contado en mi familia aún y no sé cómo hacerlo.

Es verdad que él siempre ha sido un hombre de piropear, no sólo a mí. Es el típico que cuando saluda enseguida dice «Pero qué guapa estás», «Cada vez que te veo estás más guapa» o «Menuda mujerona estás hecha” pero algo es diferente ahora. Desde principios de año, cuando mi novio y yo lo dejamos, empecé a sentirme incómoda.

Sus comentarios han ido cambiando a «Ven aquí, que te voy a comer a besos» o «qué desperdicio de mujer, tan sola, tú necesitas un hombre al lado que te atienda bien». Sin ser alusiones explícitas, su tono y su actitud los convertían en algo grosero, fuera de lugar y en una situación incómoda para mí pero nadie más parecía darse cuenta.

Ocasionalmente yo iba a su chalet, al de mis tíos, a pasar el día con toda la familia. Un día “se equivocó» y abrió la habitación donde me estaba poniendo el bañador. Parece una tontería pero en 30 años nunca había pasado algo así, ni a mí ni a nadie, porque se avisa suficientemente alto que vas a cambiarte y a nadie se le ocurre molestarte, claro.

Los comentarios también fueron a peor y ahora ya aprovechaba para soltármelos cuando nos quedábamos a solas:

-“Menudo cuerpo tienes, estoy deseando que te mojes toda”.

-“Ven a bañarte conmigo, los dos solitos… Venga, tonta, que te lo pasarás bien”.

A la vuelta del verano, empezó a pasar por mi casa sin avisar, sólo «para pasar un rato contigo», porque «necesitaba verte» u otras excusas igual de peregrinas. Cada vez que aparecía mi cuerpo se tensaba, se ponía en alerta, y un día fue un poco más allá. Sentados en la mesa me dijo: «No estés ahí tan lejos, ven a sentarte a mi lado que quiero sentirte cerquita». Cuando le dije que no, se levantó él y añadió: “Bueno, pues ya vengo yo a tu lado”. Yo me levanté y le pedí que se fuera con la excusa de que tenía que irme a trabajar.

Dejé de contestar cuando suena el telefonillo de casa y advierto a quien viene a mi casa de que me avisen por Whatsapp porque si no es así no abro la puerta. Cuando voy a su casa apenas le doy dos besos al saludar si hay más gente para que no parezca raro. Entonces aprovecha para tocarme disimuladamente y un día estando solos me soltó: “Cómo me gusta que me acaricies”, ¡cuando yo no le he acariciado en mi vida!

Al principio pensé que eran paranoias mías, que yo exageraba, pero la sensación de peligro que siento en mi cuerpo cuando nos quedamos solos es muy real y eso viene provocado por algo. Esa intuición que es más rápida que nuestro pensamiento consciente.

No me he enfrentado a él. Simplemente le evito.

No le he dicho nada a mi madre (que es su hermana) ni a mi hermano.

Tampoco se lo he contado a mi tía ni a mis primos, sus hijos.

Me da miedo que no me crean y que se enfaden conmigo. Estoy atrapada en ese círculo perverso en el que el abusador es quien actúa mal pero la víctima es quien siente vergüenza.

¿Os ha pasado algo parecido? ¿Qué haríais vosotras? ¿Algún consejo?

Anónimo.