¿Has sentido alguna vez las ganas de rendirte, de abandonar tus sueños, de tirar la toalla como suele decirse?

¡¡¡Hazlo!!!!

Si sientes la necesidad de parar, ¡¡¡hazlo!!!!

A veces nos obligamos a seguir por encima de nuestras posibilidades, entramos en una espiral de ansiedad, de hiperactividad, de sobre esfuerzo, que o no nos trae nada bueno o directamente, acaba mal.

Pero nos han enseñado que hay que resistir, que hay que luchar, que hay que superarse… y en parte eso es cierto, solo en parte.

¿No has sentido muchas veces que, al principio de un reto o de un esfuerzo extra, la adrenalina se desata, te estimulas, incluso te diviertes? Prolongado en el tiempo este impulso inicial pasa a convertirse en una mezcla de frustración y agobio de la que cuesta salir, porque no sabes o tardas en darte cuenta de que estás ahí.

En esos momentos, nuestro cuerpo, que es muy sabio, amenaza con parar por las buenas o por las malas. Nuestras emociones estallan con cualquier excusa pidiendo realmente que paremos. Nuestra alma nos susurra que desconectemos del hacer y volvamos a conectarnos con el SER.  Mientras, nuestra poderosa mente asocia que parar es rendirse, que descansar es de vagos y que la vida te la ganas con el sudor de tu frente.

¡¡Para!!

Es tu vida, tú decides. Y tú eres mucho más que lo que la mente te dice. Es más, tú puedes aprovechar de una manera más productiva ese Poder que tienes en la mente (pero ese es otro tema).

Hay un cuento muy antiguo que habla a grandes rasgos de una competición de tala de árboles. En esta competición participan, entre otros, un alumno y su maestro. El alumno no para de talar árboles y con frecuencia mira a su maestro que, casi con la misma frecuencia, está afilando el hacha con la que cortan los troncos. Cuando la competición finaliza, el alumno se sorprende porque su maestro ha ganado por notable diferencia. Cuando se acerca a preguntarle por cómo es posible que haya ganado con la cantidad de veces que ha parado para afilar el hacha, el maestro le contesta que esa es precisamente la clave: Parar para afilar. Parar para asegurarte de que tienes las herramientas en las mejores condiciones. Parar para retomar con más fuerza. Parar para asegurarte de que lo que estás haciendo lo estás haciendo de la mejor manera posible.

Porque a veces si algo nos está costando demasiado tiempo, ilusión, dinero o esfuerzo, hay que parar y plantearse:

¿Hay alguna manera de hacer lo mismo de una manera más sencilla?

¿Hay algo que debo aprender para obtener un resultado mejor?

¿Alguien ha conseguido lo mismo que yo quiero? ¿Cómo lo ha hecho?

¿Para qué estoy realmente persiguiendo este objetivo?

Y para contestar estas preguntas es necesario parar. Parar y no rendirse. Parar para pensar. Parar para confirmar que el objetivo todavía nos interesa. Parar para ver cómo han hecho los que ya han conseguido aquello que tú persigues ahora. Parar para evaluar si puedes mejorar algo. Parar. Solo parar.

Y como ves, parar, no es rendirse. Es actuar con sabiduría, con inteligencia, con respeto por ti, por tu cuerpo, por tus sentimientos o por incluso tus sueños.

Así que, si estás pensando en tirar la toalla, hazlo, pero que sea en una playa que te guste, y cuando hayas afilado tu hacha, vuelves a echártela al hombro o a meterla en el bolso, ¡¡¡y sigue adelante!!!

 

Ana Belén Mena

www.atreveteabrillar.com