Siempre fui una niña con sueños bastante inalcanzables. Me obsesioné con Indiana Jones, me obsesioné con Jurassic Park, me obsesioné con Han Solo y me obsesioné con las revistas de moda que me compraba mi abuela. Quería ser arqueóloga que va por el mundo buscando tesoros, quería ser paleontóloga en el desierto (pensando que encontraría huesos de Rex), quería ser piloto de naves espaciales, quería ser «catadora» de ropa, quería ser mil cosas casi imposibles y creo que gracias a ello me convertí en lo que soy.
Al final acabé estudiando una carrera aburrida, con una profesión aburrida y con una vida «aburrida». Nunca me he considerado alguien conformista, pero en ese aspecto de mi vida sí creo que me relajé. «Es lo que toca», «muy pocas personas trabajan de lo que quieren», «es trabajo», «es lo que me da de comer». Supongo que esas frases me reconfortaban, pero en el fondo sabía que me engañaba, que aquello no era lo que me gustaba, así que fui moviendo ficha. Empecé trabajando en un sitio en el que mi sueldo era cojonudo, y renuncié, mi salud mental se resintió y supe que aquello no estaba hecho para mí. Aprendí que el dinero no lo era todo, y por eso decidí trabajar en cosas que creí me harían feliz, y lo conseguí (en parte).
Pero seguía con algo dentro, mi niña interior (la Indiana Jones) me decía que qué coño estaba haciendo, que tenía que escucharme más e intentar cambiar ese aspecto de mi vida que tanto fallaba. Y empecé a hacerlo, muy a pesar de pensar que ya me acercaba a los 30 y que a esa edad se supone que lo tienes que tener todo centrado. Me gustaba la moda y me abrí un blog muy humilde, para mí y para los cuatro amigos que me seguían. Lo hacía como hobby, sin pretensiones y sin pensar mas allá. Me relajaba y me hacía feliz ponerme con ello. Era mi válvula de escape y mi excusa para cambiar los números por lo que de verdad me gustaba. Gracias a la chorrada de escuchar a mi niña interior, conocí a dos de las personas más importantes que tengo en la vida, le pillé el gusanillo a lo de soñar a lo grande, volví a confiar en mi instinto y pude conocerme de verdad.
Mi vida ha dado un giro tan bestia que todos los grados se quedan cortos. Tengo 33 años y ahora es cuando voy a cambiar de profesión, lanzándome al vacío, sin saber si en dos meses voy a tener que ponerme a pedir dinero en la calle, pero sabiendo que soy más feliz que nunca y que yo y solo yo tengo el poder de cambiar las cosas y de conseguir lo que más quiero. La vida da muchas vueltas, empiezas siendo X y acabas siendo Y, no hay que tirar la toalla si lo que quieres es triunfar. Nunca esa tarde para empezar, tengas la edad que tengas.
