Yo no sé si os pasa a todas las gordas del mundo, o es que yo vivo en un entorno hostil, pero  es pedirme una ensalada en un restaurante, una verdura, o algo que no sea una pizza o pasta con mil quesos, y antes de un minuto ya escucho la pregunta del millón “¿Estás a dieta?”. No, no estoy a dieta, no estoy a dieta, NO ESTOY A DIETA.

No vengo aquí a justificarme si como bien o mal, ya que como lo que me da la santa gana, pero entre eso, hay ensaladas, verduras y cosas a la plancha, mira tengo la mala suerte que me gusta todo, hasta el brócoli hervido me parece bueno, chica, ¿Qué hago? ¿Me mato?. Que ojito con quedarse conmigo en una isla desierta sin comida, que yo al segundo día hago fuego y te zampo. Es lo que hay. ¿Tan difícil es de entender?. Pues parece que para los flacos si. El ejemplo más claro es cuando voy a comer a restaurantes. Viene el camarero, pedimos (mi acompañante sea quien sea, amiga o amigo delgado) la bebida. Como se me ocurra pedir una coca cola, la pregunta que sigue es “¿Light?”, que yo sonrío amable y digo “No, normal”. Mientras pienso “ Ponle dos sobres de azúcar más dentro si puede ser, no sea que me sepa a poco, ¿No ves que soy una puñetera gorda?”. Así es que generalmente pido vino, prefiero acabar borracha que indignada.

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Ahora le sigue el momento de pedir comida, ese maravilloso instante donde pido una ensalada y mi acompañante flaco dice: “Y yo canelones”. Antes de que se haya ido el camarero, ya me pregunta mi colega: “¿Estás a dieta?”, a  lo que yo, como le tengo confianza respondo: “No, es que estoy saturada de donuts y hamburguesas y hoy quiero purificar mis arterias”.

Cuando el señor camarero trae los platos siempre, siempre, ¡SIEMPRE!, me pone el plato que más calorías tiene a mí.  Yo  lo cambio delante de él, dejando a entender, “Cariño hace 5 minutos que te pedí ensalada y mi amichi canelones ¿Ya no te acuerdas?”. Entonces el susodicho,  en un alarde de hacerse el gracioso, suelta “ Perdón, la señorita está a dieta”.

“¡QUE NO ESTOY A DIETA, QUE NO ESTOY A DIETA!”.

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Llega la hora del postre.  Como todos los humanos, hay días que me como el mío y el de mi acompañante y hay días que no me apetece y paso. Pues si pido el que más calorías tiene de la carta, hay esa cara que me mira como diciendo “Claro que si gordi, luego te quejarás de que estas como una bola”, pero si digo que no quiero nada, o que me traigan un café, entonces la frase es “Por un día no pasa nada, sáltate la dieta”.

¡QUE NO ESTOY A DIETA! (Estoy gritando ya) . ¡Solo es que hoy no quiero comer puñetero postre!.

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En el único sitio que esto no pasa es en McDonald´s. O en los lugares de comida rápida.  Tú vas allí gorda o flaca, te pides un Big mac tamaño grande, con helado de postre y bedia XL o  una puñetera ensalada y una botella de agua, y el chico o la chica que te atiende sigue con esa cara inexpresiva, que tú le pidas sacarina, o doble de chocolate,  y la cara no se mueve. Joder, enviad a todos los camareros del mundo a la escuela del señor Mac, que esos si son profesionales. Que yo he visto amigas mías explicarle al chico que están a dieta, y que quieren la ensalada César, y el chaval asentir sin  levantar la mirada, y respetando que se va a comer una lechuga pasada. Que me dan unas ganas de saltarme el mostrador que nos separa y abrazarlo y decirle: «Gracias, aquí si que se puede comer tranquila, basura sí, pero en paz».