He sentido envidia. Y sido egoísta. A veces, incluso he ambicionado algo que realmente no quería solo porque otra persona cercana, de mi entorno, familia o círculo de amistades, lo tenía.

Me refiero a cosas materiales, claro… pero también a estados de ánimo. A logros profesionales, a estados mentales y actitudes ante la vida y los problemas.

Este no va a ser un típico artículo Mr. Wonderful, ya lo advierto. No tendrá final feliz, moraleja ni, quizá, una reflexión que nos haga sentir mejor… porque la realidad, en muchas ocasiones, es así de perra y no nos da tregua ni cuando sentimos que nos ahogamos.

Lo que vengo a expresar, por si acaso a alguien todavía se le escapa, es que los seres humanos no somos perfectos. Para nada. De hecho, de las creaciones naturales somos, con toda probabilidad, la que más taras presenta. Después de todo, ¿qué se puede esperar de una especie que asesina a sus congéneres, destruye su ecosistema y va en contra de sus propios intereses y libertades individuales? Pues eso. Un desastrito esto de ser personas. 

Por eso, no parece raro que muchas veces nos inunden malos pensamientos; que acaban viéndose convertidos en pésimas acciones. Envidiamos, somos negativos, egocéntricos, mal encarados, antipáticos, bordes y egoístas. La mayoría de las veces sin pretender hacer daño a terceros, o porque estamos (con perdón y sin él), tan jodidos que no nos damos cuenta de que estamos extrapolando las movidas que intentamos barrer bajo alfombras ajenas… pero es así. Ocurre. A todos. Y no hay necesidad de sentirnos culpables por ello.

Todos alguna vez hemos ambicionado algo que no nos tocaba o nos pertenecía, y colocado en una balanza los méritos propios y los del otro u otra para hacer una comparativa súper insana de la situación. ¿Os suenan algunas de estas premisas?

—Yo me lo he merezco más.

—Me he esforzado durante mucho más tiempo.

—Estuve ahí siempre que me necesitó, ¿y ahora sale con otra?

—No había de mi talla, ¿tiene que comprárselo para restregármelo?

—Apenas llego a fin de mes… y ella/él derrochando en mi cara.

—¿Por qué todos los tontos tienen suerte?

—Está viviendo mi vida.

Y así hasta lo incontable. Pero no pasa nada, en serio. Es normal. No estamos diseñados para ser siempre nobles de corazón, desinteresados y objetivos. El mundo real, las emociones y los sentimientos están diseñados en modo montaña rusa; en unas ocasiones se sube y en otras… nos estrellamos. No se es peor persona por sentir celos. No se es malo por tener envidia. Y por supuesto, no habla mal de nadie, ni como amigo, pareja o familiar, considerar que te mereces más de lo que tienes.

A veces… todos hemos llorando en silencio preguntándonos por qué las cosas, por una vez, no pueden ser fáciles. Por qué después de años de estudio el trabajo a jornada completa de lo tuyo se resiste, por qué no eres capaz de conseguir los objetivos físicos o de tranquilidad mental por los que estás esforzándote, por qué ese ligue no habla claro sobre la profundidad de la relación, por qué el alquiler está tan caro, por qué no te sale decirle a tu mejor amiga a las claras lo que te molesta de ella…

¿Por qué no llega lo que te corresponde sin que tengas que esforzarte? ¿Por qué, por una vez… no puede ser sencillo para ti?

Por qués infinitos, que generan ansiedad y nos hacen dar vueltas en la cama. ¿Por qué somos así? ¿Por qué no puedo alegrarme si quiero a esa persona? ¿Por qué tengo que compararme con ella? ¿Por qué he hecho la estupidez de comprar esos vaqueros, que ni siquiera quería, solo para demostrar que yo también puedo? ¿Por qué sigo haciendo lo mismo? ¿Por qué no he aguantado más? 

Nos machacamos. Somos duros con nosotros mismos a un nivel que las otras personas jamás entenderán. Ya basta. Tener esta clase de pensamiento, sufrir este tipo de ansiedad que lleva a la culpa; repito, no es malo. No es negativo. No nos define. Es como la talla de sujetador o la altura; un dato más que conforma la increíble pizza cargada de ingredientes que somos todas las personas. 

Yo he sentido envidia. Sigo egoísta, antipática, ambiciosa, celosa y una borde del copón. Me he disculpado cuando he sentido que se me iba de las manos; pero no por mis emociones y sentimientos, sino por el daño que estos pudieran haber causado al ser disparados en direcciones inocentes.

He sido todo eso, y seguramente, volveré a experimentarlo. Seguiré queriendo las cosas que veo en los stories de Instagram de otros; haré postureo que, en ocasiones, será fingido para crearme una falsa ilusión de que todo va bien. De que sigo siendo fuerte, aunque en ese momento sienta que no puedo más.

A veces, uno es débil simplemente porque lleva tanto peso sobre los hombros, que tiene que tirarlo todo al suelo y estirarse para librarse de un lumbago emocional. A veces, hay que sacar la mala baba y la frustración maldiciendo la estampa de esa/e que consigue sacar tiempo para leer dos libros al mes, hacer yoga, trabajar y tener siempre la colada al día. 

A veces, sin más… hay que parar los esfuerzos, detener las máquinas que nos fuerzan a seguir delante de forma autómata; mirar alrededor y no, no oler las rosas… cagarte en ellas. Y, por una vez; no sentir culpa de ser humano, tener problemas y no ser capaz de gestionarlos en el momento.

 

Romina Naranjo