Supongo que como a muchas de vosotras, hay veces en las que me da por pensar en qué momento pasó todo. Fue rápido e inesperado, se supone que debe ser así.  Un huracán que arrasó con todo pero del que fuimos conscientes cuando ya había dejado la calma en medio de las ruinas. Si no fuera porque a su paso dejó todo destrozado, puede que ni siquiera nos hubiésemos percatado de que un día estuvo ahí, frente a nosotras.

Nos pilló en un momento vulnerable o quizás en el mejor momento de nuestra vida. Lo vimos entre mucha gente, aunque pasó desapercibido al principio. Lo ignoramos y admitimos que no significaba nada importante. Ya nos habían lastimado antes y no estábamos dispuestas a ceder tan fácilmente. Insistió con detalles, con gestos y con caricias. Parecía ser que sí, que se estaba ganando a pulso una oportunidad.

Nuestro corazón latía fuerte, como nunca antes lo había hecho. Lo hizo para luego doler. Desapareció y solo dejó recuerdos y canciones que te transportaban al momento en el que se acercó. Al momento en el que te hizo sentir lo que no podía darte. Fotos antiguas y flashes de la que fue la mejor noche de nuestra vida. No me arrepiento, así lo sentí y así debe asumirse.

Pero, por favor, no me vuelvas loca. Ya no espero a nadie, no espero por nadie. Si quieres estar, demuéstralo. Si quieres marcharte, promete que no vas a volver. Mejor ser claros ahora, que vivir de esos recuerdos que más que alimentarte el alma, te la devoran y solo dejan soledad. Me elijo a mí primero, hoy y siempre.