Hola, ¿cómo estás? Espero que bien.

Hacía mucho tiempo que no sabía de ti, y el otro día me puse melancólico y me acordé de muchas anécdotas que pasamos juntos.

Como te decía, el otro día me acordé de cómo nos conocimos tan repentinamente y casi por casualidad, de hecho no recuerdo ni quien nos presentó en su momento, solo se que eramos muy jóvenes aún. Me acordé de esos momentos en la cocina preparando la merienda, esos sándwiches de jamón serrano con mantequilla que con mucha gracia nos comíamos mordiéndolos con las muelas porque nuestros dientes no llegaban a cerrar bien.  ¿Recuerdas como se reían de nosotros por llevar brackets? !Qué jóvenes eramos y qué bien lo pasábamos eh!

¿Te acuerdas de aquel primer viaje que hicimos los dos solos en plena ola de calor? !Cómo sudábamos! ¿Y lo poco que nos importaban las miradas de la gente qué? ¿y de la cama que rompimos aquella noche? Desde entonces no vuelvo a pensar en Ikea para comprar una cama que aguante nuestro peso. ¡Todavía me río de aquello y la cara que se nos quedó! Por suerte no nos dijeron nada cuando nos fuimos de esa habitación, tan grave no tuvo que ser ¿no?

Ya ha pasado tiempo pero como puedes ver todavía me acuerdo de cada momento, especialmente de cuando empezamos a mirarnos al espejo embobados contemplando nuestros defectos a la luz del espejo del baño. ¿te acuerdas cuando cerrábamos los ojos y dejábamos que la imaginación y el cuerpo de otra persona ocupase nuestro lugar? Solo pensábamos en como disimular las estrías cuando íbamos a la piscina a ligarnos a las chicas de clase ¡Qué risas!

¿Sabes aquella comida en el campo cuando fuimos con toda la familia cuando rompí aquella silla mientras comíamos y todo el mundo se reía de mi? Desde entonces miro siempre y me aseguro de que esté bien y pueda sentarme sin miedo alguno. Tu risa es una de las cosas que jamás olvidaré.

Cada día me pregunto en que momento de nuestras vidas dejamos de ser uno solo para convertirnos en dos cosas separadas, si siempre hemos permanecido juntos. Te escribo, no solo para saber de ti, si no para decirte que aprendí mucho de cada minuto que pasé a tu lado. Me hiciste entender y aceptar lo que soy. Y es que, te llamo por tu nombre, querida autoestima, a pesar de convivir toda la vida juntos, tuve mis momentos de flaqueza y dejé de prestarte atención cuando la presión social era más fuerte que nosotros mismos y mis queridos defectos no me permitían ver mas allá de lo insignificante. Me di cuenta de que mis defectos van a estar siempre ahí y mi cuerpo puede cambiar para bien o para mal, pero el amor propio no. Me ayudaste mucho a conseguir todo lo que me propuse, ¿quien iba a decirme que en algún momento de mi vida llegaría a pasar tiempo con alguien y me aceptase tal y como era? Con mi barriga, con mis estrías y sin pelo en la cabeza.

Incluso llegué a vivir un romance con mucho de culebrón (¿Te acuerdas de aquella chica que conocí en clase el primer día de universidad?), como en las películas que veíamos en el sofá tirados mientras apoyabas tu cabeza en mi tripa  ¡Qué blandita y cómoda te parecía! Por cierto, cuando la llamabas barriga, solo hablabas de enfermedades cardio-vasculares y de que corría riesgo de infarto con esa tripota, que lo leíste en nosequé revista científica de la universidad de Wisconsin y se que lo hacías por mi bien pero eras un cortarrollos.

Te tengo que ir dejando, que se me queman los macarrones, pero antes de irme, quiero darte de nuevo las gracias por haberme enseñado tanto de esta vida, y por enseñarme que la risa de una persona que disfruta vale más que las risas de la gente que les rodea.

Espero que sigas siempre ahí, incluso en los peores momentos.

La vida.