Actualmente tengo 23 años y no fue hasta hace dos que me atreví a ponerme unos pantalones cortos. Mi historia es una más como la de muchas otras chicas, pero necesito compartirla por si alguien se siente como yo me sentí hace años, como si estuviera encrerrada en un pozo del que no podía salir.

Siempre fui la amiga gorda, algunos me lo dijeron y otros no, pero yo siempre lo supe. Adelgacé mil veces y viví una depresión desde los 11 años que me hacía volver a caer en la comida, caí en una bulimia de la que no salí hasta hace casi un año. Lo supo muy poca gente, en su totalidad solo mis padres y mi mejor amiga que me pillaron alguna vez comida escondida o me escucharon vomitar, pero aunque intentaron solucionarlo o ignorarlo, no fue hasta que yo quise salir cuando conseguí separarme para siempre de esa obsesión de comer y vomitar. Mi mente era la que hacía que yo vomitara, que yo me viera en un espejo y quisiera arrancarme la piel, y mi mente no había formado esa idea ella sola, si no las críticas de conocidos y desconocidos -desde mi padre hasta un tío que acababa de follarme y aún así se atrevía a criticar mi cuerpo- las que llenaron mi cabeza de insultos y mi cuerpo de complejos.

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Yo no soy conformista, siempre quise cambiar, pero cualquier mínimo detalle o mínimo insulto me hacía recaer de nuevo y volver a engordar lo que había adelgazado de una forma que no hacía otra cosa que deprimirme todavía más. Gracias a la genetica no solo he heredado la estatura pequeña y los muslazos de mi madre, si no también un cuerpo que no se ha resentido después de tantos cambios físicos y que siempre ha sido proporcionado, supongo que esa es una suerte que no todas tenemos y de la que me siento orgullosa de presumir.

La primera vez que me puse unos pantalones cortos me dio vergüenza salir a la calle, pensaba que todo el mundo me miraba y se reía de mi, hubo momentos en los que antes de salir de casa me daban ataques de ansiedad, recuerdo a mi madre y mi mejor amiga sentadas en el sofá viendo como me cambiaba veinte veces de ropa y de repente aparecía con el pijama llorando y diciendo que daba igual, que no quería salir de casa y aunque ellas me animaban a que no fuera así y reuniera el valor para pisar fuerte el asfalto de las calles no conseguían convencerme de que me atreviera a hacerlo.

Dejaba que los hombres me trataran mal, pensaba que era lo que merecía, me miraba al espejo y me convencía a mi misma de que era lo que me merecía, que realmente no podía encontrar a un hombre que me quisiera puesto que mi cuerpo era horrible. Me fueron infiel muchas veces y en todas mis relaciones he pensado que aún teniendo parejas que me trataban mal era lo máximo a lo que podía aspirar (también tuve hombres buenos a los que yo traté mal también por mis complejos y mis depresiones, a los que me gustaría pedir perdón y decirles desde aquí que gracias por ayudarme a seguir).

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Hace unos días me decidí a escribir este artículo porque me encontré por la calle a uno de los chicos de mi colegio que más me maltrató física y psicológicamente  -insultos varios como foca, gorda, asquerosa, me veía por la calle o los pasillos y hacía como si tuviera arcadas, me cortó el pelo encerrada en un baño y me escupió desde el piso de arriba de mi instituto entre muchas otras historias…- paseando por la calle cogido de la mano de una gorda. Mi percepción no me hace saber si era más o menos gorda que yo, pero lo era. Y de repente me compadecí de él, que toda la vida había maltratado a las chicas como yo para acabar con una de ellas con el asco que le daban. Comprendí entonces que quizás lo que le hacía despreciarme era que no podía evitar desearme, y me crecí y pensé en cuantos tíos que me habían insultado y que habían dejado de hablar por que se llevaban bien conmigo pero no querían que les vieran con una gorda realmente habían querido tener algo conmigo alguna vez. Repasé todas las “amistades” que había vivido como las que defino y todos los hombres que me habían insultado y aunque había unos que no sabía si lo habían hecho por lo que creía si que había otros que comprendí que realmente yo les gustaba pero por el qué dirán nunca se habían decidido a cogerme de la mano.

El primer novio que tuve en mi instituto se avergonzaba de mi. Le daba vergüenza darme un beso. Quizás pensaba que le iban a tirar piedras y lo peor de todo es que ni yo misma puedo decir que no fueran a hacerlo.

Viví en una adolescencia en que las mujeres me envidiaban no por ser guapa ni delgada si no porque hacía reír a los chicos que ellas querían como novios (viendo uno de los capítulos de My Mad Fat Diary, serie que recomiendo encarecidamente a todo el mundo, me sentí muy reflejada cuando Chloe siente celos de la protagonista porque los chicos del grupo le invitan a ir con ella a un concierto de Oasis, esa escena define prácticamente toda mi adolescencia). Yo no entendía por qué mujeres tan bonitas me criticaban y me hacían daño hasta que años después entendí que a veces lo más bonito que puede tener alguien es hacer reír a los demás. Comprendí también que todas tenemos complejos y muchas veces los que tienen que ver con la personalidad son los más difíciles de cambiar ya que yo podía cambiar mi físico y ser un pibón, pero aquellas chicas vivían pensando que nunca interesarían a un tío nada más que por sus tetas.

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Hay que aprender a aceptarse y a reirse del que no te acepta. Hace unos días el tío con el que estaba quedando y que verdaderamente me gustaba, para qué negarlo, decidió pasar de mi, y entre medias de la conversación me soltó que tenía la mente intoxicada y por eso tenía el cuerpo que tenía, y que de hecho follaba tan bien por que tenía que esforzarme más para que un hombre decidiera acostarse conmigo. La Ana de hace años se habría tirado días llorando por ese comentario, yo en ese momento estaba con mi mejor amiga, le conté lo que había dicho ese muchacho y le dije “qué fuerte, pero bueno, yo me lo he gozado, que el tío era bien guapo”  (y lo era, las gordas también follamos con guapos) .  Su comentario siquiera me hirió y lo único que me hizo pensar fue que  ese hombre no me convenía y que ya aparecería otro -o no, me daba igual- que me tratase como merezco.

No quiero que esto quede como que ahora soy una engreída y creo que soy la tía mas buena del mundo pero resulta que he aprendido a aceptarme. Me veo en el espejo con una camiseta corta y me hago fotos porque creo que me queda bien aunque todavía me da algo de vergüenza pensar en salir a la calle con la tripa al aire. Voy a las tiendas y ya casi nunca cojo unos vaqueros que son de 2 a 3 tallas más grandes que la que llevo porque siempre pienso que no me van a valer. Me gusta arreglarme y maquillarme para mirarme y pensar que estoy guapa, sin importarme si los demás lo pensarán. Enseñar carne, ponerme escotes, mostrar mis tatuajes escondidos durante años, ir a la playa en bikini y hacer topless, y si alguien me dice algo por la calle les ignoro, y es que realmente no saben lo que tengo dentro y se lo están perdiendo por un estereotipo que ellos mismos tienden a rechazar. Quizás no debería hablar solo de los hombres, sino de la sociedad. Cuando salgo de fiesta no tengo vergüenza de hablar con un hombre o una mujer, de tontear, de reírme sin taparme la boca, parece increíble pero desde que mi timidez ha disminuido un poco ligo mucho más y atraigo a muchos más hombres, es cierto eso de que la confianza en nosotras mismas es lo que les atrae. Y quitando el tema de ligar, que no tiene por qué ser el principal, resulta que todos los días que me miro al espejo me acepto, quizás no me gusto lo que debería ya que el amor a uno mismo es la lucha más larga, y eso es algo que estoy trabajando, pero no creo que sea asquerosa ni que me merezca menos que las demás. Cuando no me cogen en un trabajo porque llevo el pelo rosa y me sobran 10 kilos pienso que no quiero trabajar ahí. Cuando alguien intenta convencerme de que mi look no es el adecuado simplemente le ignoro y sigo siendo yo misma, he aprendido a que nadie debe cambiarme ya que yo tengo mi propia esencia.

No puedo expresaros la sensación que produce sentir que tienes el control sobre tu vida, que no dependes de nada más que de ti misma y que realmente lo que queremos lo tenemos si lo perseguimos. Quiero adelgazar porque siento que mi peso me limita para algunas actividades y no me gusta eso, pero no por contentar a nadie que no sea yo. Y es que al final hay que ser egoísta y pensar que nos debemos a nosotras mismas y que realmente el reflejo que veremos siempre en el espejo representara a nuestro “yo” físico, y, o lo aceptas y lo quieres o estarás condenada para siempre – o como yo a más de diez años- a un profundo y doloroso sufrimiento. No quiero eso para ninguna de nosotras, porque sé lo que es llorar hasta deshidratarse y pensar que nunca te querrás, pero creedme, se puede, y una vez lo consigues y decides que nadie puede menospreciarte, NADIE lo hará.

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Por último me gustaría decir que este artículo lo he dirigido a mujeres puesto que yo soy una de ellas, pero me encantaría que si lo lee algún hombre también sepa que me dirijo a esos que como nosotras no se aceptan a si mismos y que aunque no lo crean también pueden amarse y que tal vez también la chica más guapa del colegio pensó en besarles alguna vez. Toda persona debe amarse y comprender que eso es el principio de todo y una vez conseguido por muchos muros que encuentres en el camino los derrumbaras de un soplido y nadie se atreverá a decirte que no tuviste fuerzas para hacerlo.

El amor a uno mismo es el que deberían enseñarnos en las películas, revistas y colegios, que debe ser duradero e incondicional.

Autor: Ana B.

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